Pedro Fierro
Pasamos una semana bastante compleja. Entre Adimark, el cónclave y "los 33", podríamos interpretar que necesitamos una nueva "Fénix 2" para rescatar al gobierno de la desaprobación histórica en la que se encuentra.
Hablar de la pérdida de apoyo popular de nuestras autoridades a estas alturas es algo trillado, pero entendemos que la ruptura persistente de récords en las encuestas amerita intentos persistentes de columnas.
En términos sencillos, ¿nos hemos preguntado realmente cuál es la incidencia que la desaprobación tienen en la gobernabilidad? Esta interrogante no es menor si consideramos las palabras de David Hume: "El gobierno solo se basa en opinión". En este sentido, era el mismo Rousseau quien entendía a los reyes como esclavos de la opinión.
Lamentablemente el escenario nacional no ayuda, pues la complejidad de la problemática entre el apoyo popular y la gobernabilidad se torna aún más difícil de dimensionar si quien la sufre ha denominado a su coalición la "Nueva Mayoría". No es menor, pues todos recordamos aquellos días en que nuestras autoridades parecían disponer de un poder plenipotenciario amparado en excelentes resultados electorales (aunque en sí mermados por la baja participación). Precisamente fue ese amparo en la mayoría el que permitía hacer y deshacer con libertad. Tuvimos que aprender a golpes que ese poder plenipotenciario no existe.
En definitiva, el 70% histórico de desaprobación en un contexto de nueva mayoría nos da a entender que dejamos pasar, al menos, dos consideraciones importantes.
En primer lugar, la uniformidad propia de la opinión pública. ¿No debiese el gobierno preocuparse por las condiciones de todos y cada uno de los chilenos? Con ese afán "mayoritarista" con el que se llegó al poder se prescindía de minorías que también deben tener voz y voto. De hecho, han sido precisamente esos grupos los que han realizado un trabajo sincero en pos de ser escuchados.
Este punto da lugar a una segunda situación que nunca estuvo en el análisis: la volatilidad de la opinión pública. En este sentido, es cierto que muchos marcaron su preferencia a favor del actual gobierno sin necesariamente estar de acuerdo con toda su propuesta programática (basta con ver a esa DC que está sufriendo con el aborto), pero también es cierto que las preferencias enmarcadas en climas de opinión varían más rápido de lo que pensamos, cosa que el gobierno parece no querer ver.
Aparentemente, la denominación de la coalición oficialista debiese hacernos cuestionar si es que es posible tener un gobierno que se base en una opinión uniformada (dejando de lado a parte importante de nuestros ciudadanos) y volátil. Es precisamente ese 70% de desaprobación el que nos puede guiar en la respuesta.
Lamentablemente, el recién pasado cónclave no siguió la línea de lo que se podía esperar. La desaprobación histórica y la lógica del (ir)realismo sin renuncia nos hacen ver que la Nueva Mayoría era una coalición cuyo mismo nombre parecía condenar al fracaso.