Lucy Kellaway

Un aniversario de 30 años en un trabajo es algo inusual que debe ser valorado

Por: Lucy Kellaway | Publicado: Lunes 27 de abril de 2015 a las 05:00 hrs.
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Lucy Kellaway

La semana pasada celebré mis bodas de perla con el Financial Times. Por los últimos 30 años me he reportado a trabajar en el mismo lugar, semana tras semana, interrumpida solamente por una serie de licencias por maternidad, todas las cuales han quedado ahora en un pasado lejano.

Hace cinco años, cuando llevaba sólo 25 años trabajando para el periódico, escribí una columna al efecto, concluyendo que tan largo servicio, aunque excesivamente pasado de moda, era algo más bueno que malo. Para celebrar el aniversario FT me dio un cheque, y me gasté el dinero en un pesado brazalete de plata, que ahora se me ha perdido.

Esta vez había planeado dejar todo eso atrás. No habría ni columnas ni brazaletes de plata. Hay algo ligeramente vergonzoso en estar entre los periodistas más veteranos del periódico. Sólo se me ocurren otros tres que han estado más tiempo que yo, y uno de ellos tiene la justificación de ser el director.

Peor aún, recientemente me crucé con una "administradora de talento" quien me reveló que en la empresa donde ella trabaja consideran diez años el tiempo correcto para empezar a deshacerse de personal, ya que para esa fecha han perdido la frescura y el vigor.

Pero el jueves pasado iba en bicicleta al trabajo bajo el sol de la mañana, haciendo un recorrido que he hecho miles de veces antes, y cuando pasé la Catedral de San Pablo me sentí no solamente fresca, sino casi alegre. Warren Buffett, razoné, ha cumplido 50 años en Berkshire Hathaway. Carol Loomis cumplió 60 en Fortune. Ellos son la prueba de que es posible estar con el mismo equipo para siempre sin convertirse en un perdedor falto de inteligencia e imaginación.

Cuando llegué a la oficina escribí un impulsivo correo electrónico a todo el periódico invitándoles a comer torta conmigo esa misma tarde, y solicitando reflexiones sobre lo que quiere decir 30 años de servicio.

Lealtad mezclada con estupidez, respondió un colega. No es cierto, pensé. La lealtad no tiene nada que ver. Felizmente hubiera sido desleal; simplemente nunca me pareció que me convenía. Y ya que las otras organizaciones de medios a las que yo hubiera podido ir han sido desacreditadas o empobrecidas o ambas, tampoco fue tan estúpido.

Restrictivo, sugirió otro. Él había trabajado en muchos lugares y como resultado se sentía ensanchado. ¿Pero es que la amplitud es buena per se? Seguramente la estrechez es buena si el trabajo sigue siendo interesante y variado. Si cada día de la semana uno tiene que encontrar algo cómico o curioso para un artículo, ¿no es eso suficiente estímulo para durar una vida laboral?

Un tercer colega, también veterano, se quejó de que quedarse en el mismo lugar quería decir ser arrastrado por la política de oficina y que los viejos agravios tienden a inflamarse. Puede ser; aunque yo lo veo al revés. Un largo servicio me ha zafado de la política y ha querido decir que no tengo que perder tiempo calculando quién es confiable y quién no, ya que eso es algo que ya sé.

Al escribir esto, comienzo a sentirme desafiante. ¿Por qué estoy pidiendo perdón y dando explicaciones? Cuando alguien lleva 30 años de casado no siente la necesidad de justificarse. Esa estabilidad es admirada universalmente: es una señal de haber escogido bien, y haber hecho que funcione.

No aprobamos la promiscuidad en las relaciones, ¿entonces por qué la admiramos en el empleo? Yo conozco a alguien que ha trabajado en cinco bancos de inversión en ocho años. Con cada cambio se ha vuelto más rico, lo cual le viene bien, pero no sé qué tiene de admirable, por no decir de amplio.

Ya que las bodas de perla con el trabajo son ahora inusuales, debían ser más valoradas que nunca.

Antiguamente un largo servicio implicaba que la persona era demasiado obtusa para dejar un trabajo monótono; y que el empleador era demasiado benigno para despedirla. Pero ahora la mayoría de los lugares son relativamente meritocráticos; a los incorregibles se les anima a seguir su camino.

Entonces, un servicio de 30 años sugiere una decisión mutua de seguir juntos. Como dijo uno de mis colegas, mi aniversario sólo prueba una cosa: que he tenido mucha suerte. He hallado un lugar que aprecio, y que también me aprecia.

Así que cuando todos se juntaron para comer torta el jueves pasado, charlé con personas que he conocido por 20 años y algunos que apenas conozco. Fue entonces que se me ocurrió que no se necesita ir a un nuevo trabajo para tener nuevos colegas. Si uno no se mueve, ellos vienen.

Le pregunté a un brillante joven, quien había sido contratado recientemente, cómo se sentiría si todavía estuviera en el FT en 30 años más, y él me miró con asombro y sin palabras. En parte se debía a que tenía la boca llena de pastel, pero también porque simplemente no podía imaginar esa cantidad de tiempo. Lo cual supongo que es justo. El día de primavera de 1985 cuando me aparecí en FT por primera vez, él ni siquiera había nacido.

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