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Columnistas

¿Quién paga los platos rotos?

Nicolás León Director ejecutivo IdeaPaís

Por: Equipo DF

Publicado: Lunes 10 de agosto de 2015 a las 04:00 hrs.

Nicolás León

Mañana 11 de agosto se cumplen 3 meses desde que Bachelet hizo su cambio de Gabinete e inició el llamado segundo tiempo del gobierno. Obligada por la baja aprobación de su figura y de sus reformas tuvo que implementar un cambio que ahora conocemos como el "realismo sin renuncia". Con esto muere, de alguna forma, el sacrosanto programa de gobierno para dar paso a reformas que, con diálogo prioricen en los que más las necesitan.

La gran paradoja es que aquellos que impulsan el proyecto fundacional de la Nueva Mayoría, como respuesta a las movilizaciones sociales del 2011, mantienen todavía entre la ciudadanía su aprobación. Es decir, cae Bachelet, pero siguen posicionándose los ME-O, Boric, Jackson y Vallejo.

Durante la campaña, muchas veces escuchamos a ME-O satisfecho porque el programa de la Nueva Mayoría había incorporado varias de las ideas que él mismo había planteado en la campaña anterior. Entonces, me pregunto, ¿por qué la gente no culpa ni le quita respaldo a quienes representan lo más esencial de la Nueva Mayoría? Y en seguida también, cabe preguntarse: ¿por qué la oposición no capitaliza nada de este mal momento de Bachelet?

Para responder esto creo que es necesario volver a la raíz del asunto: la aprobación casi generalizada del movimiento social del 2011 se debió a que éste puso en la palestra pública problemas reales que afectaban y afectan a muchos estudiantes y sus familias, basados en un diagnóstico que empatiza con la población, no por antojo, sino porque tiene su fundamento en muchas injusticias latentes de nuestra sociedad.

Bachelet se equivocó al creer que el diagnóstico era suficiente y propuso un programa de gobierno que escuchaba a los más vociferantes, pero que no entregaba buenas soluciones. Por otro lado, la oposición se equivoca si cree que todas las demandas sociales son una maquiavélica obra del Partido Comunista.

En su momento escuchamos a muchos argumentar que la gente da su voto de confianza al modelo porque repleta las tiendas del Costanera Center o que el aumento de la matrícula de los colegios particulares subvencionados versus los públicos era una señal innegable de que no había problemas en educación. Hoy escuchamos de algunos decir lo mismo referente a Isapres, AFP, competitividad de algunos mercados, leyes laborales, etc. Si no tenemos la capacidad salir proactivamente a proponer los cambios que en justicia se exigen, no tengamos duda que en el corto plazo seguiremos pagando con excesos reformistas como lo hemos hecho en este último año y medio.

Las instituciones sociales, en democracia, se sustentan en su legitimidad. Luego si la legitimidad está socavada, o se hace algo por restaurarla (lo que implica cambio, pero no revoluciones), o se cae la institución.

Este año y medio puede transformarse en el vaticinio de lo que nos depara el futuro en forma permanente. La baja aprobación de Bachelet no es garantía de que su programa reformista fracase si es que sus autores intelectuales gozan de alta aprobación y no han asumido la responsabilidad que les corresponde. Si queremos prevenir el reformismo irreflexivo, debemos salir al encuentro de la realidad y proponer soluciones; los meros cambios discursivos no servirán de nada.

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