Lo obvio por obvio se calla y por callado se olvida. Chambonada tras otra, los titulares que logra el Presidente de Estados Unidos poco a poco dejan de ser comentados. Su quiebre del balance en la Corte Suprema es olvidado mientras busca intervenir la Reserva Federal. En segundo plano queda su intervención al regulador de la energía nuclear, su despido del director de la oficina de estadísticas laborales cuando ellas no lo hicieron ver bien, su política arancelaria vía decreto o sus innumerables fotos presentándose como redentor (mención especial para su personificación como Sumo Pontífice). Así, nos deja claro que es el primer Presidente latinoamericano de Estados Unidos, dando clases de populismo, pasando a llevar instituciones y reglas.
Sin embargo, el problema es mucho más profundo. No descansemos en la banalidad temporal del showman anaranjado, dado que su actuar esconde cimientos ideológicos y raíces profundas. Después de no reconocer la derrota frente a Biden, MAGA se fue a la casa con una idea clara: volver en cuatro años con un plan robusto, y evitar la sinfonía de improvisaciones del primer mandato. Su guía vio la luz hace dos años; “Project 2025” es un documento robusto de 900 páginas, una hoja de ruta hacia una sociedad más conservadora y la construcción de un Estado con visos autoritarios y concentración de poder en el poder Ejecutivo, reflejado en la frase de Trump sobre su “derecho a hacer lo que quiera como Presidente”. Casi innombrada es la democracia liberal; aquella que tiene como valor el respeto a las instituciones y procedimientos, y resguardo a los vencidos. Adiós a los “check and balances”.
“Como dicen en el país del norte, ‘Trump es la respuesta incorrecta a la pregunta correcta’; reconozcamos que la crisis de la democracia tiene que ver con un diseño que quedó obsoleto”.
Esta corriente ideológica entiende la democracia más cercana a como lo haría Chávez o Kirchner: Presidentes todopoderosos que actúan en nombre del pueblo, donde los contrapesos institucionales son inventos tecnocráticos y elitistas para limitar su soberanía. Ellos creen en la dictadura de la mayoría. Una posición que se acerca a la de Rusia o al desafío cultural y hegemónico de China a occidente, quien este lunes fue el anfitrión de 20 líderes nacionales en una cumbre con ese mensaje, y que, de paso, también dice ser una democracia diferente.
Tal como el neoliberalismo fue un movimiento que buscó revindicar el rol de un libre mercado y actualizar las ideas del liberalismo clásico en tiempos que crecían regímenes totalitarios de izquierda y derecha, hoy toca repensar y proponer ideas que renueven la democracia liberal. Como dicen en el país del norte, “Trump es la respuesta incorrecta a la pregunta correcta”; reconozcamos que la crisis de la democracia tiene que ver con un diseño que quedó obsoleto.
Necesitamos salir de la discusión de más o menos Estado versus mercado, para enfocarnos en cómo construir mejores Estados y mercados, con sistemas políticos más virtuosos. La lentitud de la democracia liberal y captura de sus Estados no es novedad, similar a la pasividad frente a las fallas del mercado y escaso ánimo por promover su competitividad.
El riesgo que corre nuestro sistema político que permite que adversarios cohabiten pacífica y libremente, no se debe solo al ascenso de líderes populistas y autoritarios, sino por la complacencia de sus defensores frente a sus deficiencias.