Frente a los desafíos que enfrentamos, tenemos siempre la opción de presentarnos como víctimas o protagonistas. Así de claro, sin matices. Es decir, nos entregamos sin mayor resistencia al escenario que se dibuja, responsabilizando a las barreras que han surgido del resultado final, o actuamos proactivamente, reconociendo oportunidades y proponiendo soluciones. Me atrevería a sugerir que la mayoría opta por lo primero, limitando su desarrollo y estancándose en la mediocridad.
Lo anterior se aplica, por cierto, no solo a las personas de forma individual, sino también a las empresas y a los países. Dado el escenario global que hoy reconocemos, marcado por la guerra comercial y la consiguiente incertidumbre, la pregunta formulada es clave para definir el rumbo que tomaremos. Como bien sabemos, veremos impactos económicos, con efectos más relevantes en aquellos sectores más expuestos a EEUU. Derivado de un comercio global más debilitado, la “torta” a distribuir entre los países desde esa dimensión, crecerá más lentamente, lo que nos exige ser más competitivos. Es allí donde se reconocen las tareas que con urgencia debemos abordar como país.
“Es necesario definir para la inversión externa un marco exigente, que resguarde nuestra independencia geopolítica y estratégica, y que entregue seguridad jurídica”.
Resulta imperioso derribar la enorme barrera que representa la permisología, y avanzar con mayor tranco en la reforma sobre el tema que se tramita en el Congreso. A lo anterior, se suma que es clave eliminar sesgos ideológicos en algunas reparticiones, que frenan indefinidamente los procesos de aprobación de nuevos proyectos de inversión. Es importante crear una ventanilla única para la tramitación de iniciativas y la aprobación por omisión de proyectos transcurrido un tiempo razonable.
Además, debemos seguir avanzando en la diversificación por destino de nuestras exportaciones y potenciar la productividad.
Como bien sabemos, tenemos un tratado de libre comercio vigente con EEUU, el que debe servir como base para acercarnos a las autoridades norteamericanas. Es cierto que Trump ha ignorado la institucionalidad comercial global, pero, aun así, debe ser la principal línea argumental de Chile. Junto con eso, requerimos resguardar con mayor celo los derechos de propiedad intelectual que, al menos en algunos ámbitos, EEUU percibe que no se ajustan del todo a lo establecido en el mismo acuerdo. Las inversiones chinas, en tanto, han adquirido alta relevancia global, incomodando a EEUU, que reconoce allí un espacio de disputa en el ámbito económico, tecnológico y político. China es nuestro principal socio comercial, por lo que debemos cuidar la relación. Aun así, es necesario definir para la inversión externa un marco exigente, que resguarde nuestra independencia geopolítica y estratégica, pero que, al mismo tiempo, entregue seguridad jurídica. Chile debe mantener un buen balance con nuestros principales socios comerciales, desplegando una diplomacia inteligente y oportuna.
Bajo ninguna circunstancia debemos ser meros espectadores de los desarrollos internacionales y hacernos ver como víctimas de las circunstancias. Es fácil echar la culpa a otros para explicar un crecimiento mediocre. El desafío es ser protagonistas en el camino que recorremos, aunque a veces reconoce curvas peligrosas y complejidades en la ruta. Afinemos bien el GPS, de modo de alcanzar las metas que nos vayan garantizando un futuro mejor para el país.