Conexión a China

Por qué prefiero a Liz Truss sobre Xi Jinping como líder

Gideon Rachman, Financial Times

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Sentado en la sala de la conferencia del Partido Conservador en Birmingham la semana pasada, mi mente se desvió hacia otra conferencia de un partido que está a punto de comenzar en Beijing.

El 20º congreso nacional del Partido Comunista Chino (PCCh) será todo lo que no fue la conferencia del Partido Conservador: coreografiado, disciplinado y unido en apoyo de un líder todopoderoso. En el congreso, es casi seguro que Xi Jinping será nombrado para un tercer mandato como secretario general del partido, lo que podría sentar las bases para que gobierne de forma vitalicia. Independientemente de sus sentimientos privados, los delegados del partido y los medios de comunicación chinos cantarán las alabanzas del presidente Xi.

El contraste con Liz Truss, la nueva primera ministra británica, no podría ser más marcado. La conferencia de su partido fue una debacle. Los colegas de Truss se amotinaron, la prensa se mostró despectiva y los mercados se agitaron. Su gran discurso fue interrumpido por quienes la abuchearon. Los delegados que iban y venían de la conferencia se vieron obstaculizados por una huelga de ferrocarriles. Truss lleva poco más de un mes en el poder y ya se especula con que podría verse obligada a abandonar el cargo antes de Navidad.

Visto desde Beijing, todo esto parece evidencia de un argumento que el propio Xi utiliza con frecuencia: "El oriente está en auge y el occidente en decadencia". Según el líder chino, una de las principales razones de este cambio histórico es el contraste entre el orden del sistema político chino y el caos de la democracia liberal occidental.

En la era anterior a Xi, la narrativa del partido comunista solía ser que la democracia liberal no era apropiada para China y que se debía permitir que todas las sociedades se desarrollaran a su manera. Pero, más recientemente, Beijing ha pasado a la ofensiva ideológica. Impulsa la idea de un "modelo chino" que el resto del mundo podría emular de forma provechosa.

A lo largo de los años, he oído a muchos ejecutivos occidentales suspirar de envidia ante la capacidad de China para planificar a largo plazo. Truss y sus colegas del Partido Conservador admiten que es difícil conseguir que se construya nueva infraestructura en Gran Bretaña. Pero China ha construido miles de kilómetros de nuevas autopistas y trenes de alta velocidad en los últimos 20 años (y, curiosamente, las huelgas no son un gran problema en los ferrocarriles chinos).

En Birmingham, Truss destacó que su objetivo era "crecimiento, crecimiento, crecimiento". Eso también es algo de lo cual China conoce un poco. Como señala el Banco Mundial: "Desde que China comenzó a abrir y reformar su economía en 1978, el crecimiento del producto interno bruto (PIB) ha superado el 9 por ciento anual, y más de 800 millones de personas han salido de la pobreza".

El éxito a largo plazo del modelo chino debería ser el entorno perfecto para que Xi reivindique su derecho a gobernar durante muchos años más. Pero, para su desgracia, el crucial congreso del partido de este mes llega en un momento en el que empiezan a aparecer grietas en el modelo chino.

Uno de los argumentos que se suelen utilizar a favor del autoritarismo chino es que proporciona estabilidad política, lo que permite una planificación a largo plazo y un entorno empresarial predecible. Pero, bajo el mandato de Xi, la formulación de políticas se ha vuelto mucho menos predecible. Su determinación de que el partido comunista debe monopolizar el poder lo ha llevado a chocar con algunas de las compañías más innovadoras y productivas de China. Las políticas de Xi han contribuido a reducir el valor de las acciones tecnológicas chinas en la sorprendente cantidad de US$2 billones. El mes pasado se anunció que, por primera vez desde 1990, se esperaba que la economía china creciera menos que el resto de Asia.

Los frecuentes confinamientos exigidos por la cada vez más polémica política de Xi de cero Covid han agudizado las tensiones sociales y deprimido la demanda de los consumidores. Mientras tanto, las agresivas políticas de seguridad de Xi — en el Mar de China Meridional y en torno a Taiwán — han contribuido a un fuerte deterioro de las relaciones con EEUU. Esto significa que China está enfrascada ahora en una guerra comercial cada vez más intensa con EEUU. Las duras medidas represivas de Xi en Hong Kong han provocado el éxodo de más de 100,000 residentes, muchos de los cuales han optado por vivir en el infierno que es la Gran Bretaña moderna.

Mientras tanto, la caída del mercado inmobiliario chino, pronosticada desde hace mucho tiempo, se está produciendo finalmente; mientras que Gran Bretaña ha construido muy pocas casas, China ha construido demasiadas. Esto amenaza la riqueza corporativa y personal y la estabilidad del sistema financiero chino.

En una sociedad democrática, un líder con el historial problemático de Xi estaría expuesto a cuestionamientos y destitución. Sin embargo, en la China actual es imposible mantener un debate abierto sobre los aciertos y equivocaciones de Xi. Su reelección esta semana es principalmente una señal de su éxito en la centralización del poder y la supresión de la oposición. De hecho, para asegurarse, se ha intensificado la represión en el período previo al congreso. A diferencia de Truss, su discurso no se verá interrumpido por los gritos de la gente: "¿Quién votó por esto?"

Los frecuentes cambios de líder en Gran Bretaña hacen que el país parezca inestable. Otro cambio de primer ministro confirmará esa impresión y no será garantía de que tiempos mejores estén a la vuelta de la esquina.

Sin embargo, el desorden británico es mucho menos aterrador y peligroso que el modelo chino. Xi es ya el líder chino más poderoso desde Mao Zedong. Saldrá del congreso del partido con aún más autoridad. Pero invertir más y más poder en manos de un líder cuyo juicio ya ha demostrado ser errático es una fórmula para el desastre. Sólo pregúntenles a los rusos.

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