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A salvar la democracia liberal de los extremos

Un liberalismo económico pobremente manejado ayudó a desestabilizar la política. Eso ayuda a explicar la respuesta nacionalista en países de altos ingresos.

Por: | Publicado: Miércoles 26 de septiembre de 2018 a las 04:00 hrs.
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“Nada en exceso”. Este lema, también conocido como “aurea mediocritas” o “el dorado término medio” fue desplegado en el antiguo oráculo de Delfos. Esa restricción es especialmente crucial para la preservación de la democracia liberal, que es una síntesis frágil de la libertad personal y la acción cívica. Hoy, el equilibrio entre estos dos elementos debe ser recuperado.

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Larry Diamond, de la Universidad de Stanford, argumenta que la democracia liberal tiene cuatro elementos necesarios y suficientes: elecciones libres y justas; participación activa de la gente, como ciudadanos; protección de los derechos humanos y civiles de todos los ciudadanos; y un Estado de derecho que obliga a todos los ciudadanos por igual. La característica destacada del sistema es la restricción que impone al gobierno y a la mayoría: cualquier victoria es temporal.

Es fácil ver por qué el sistema es tan frágil. Hoy, esa verdad es, desafortunadamente, no teórica. En su informe de 2018, Freedom House, una organización estadounidense sin fines de lucro de renombre y financiada federalmente, aseguró: “La democracia está en crisis. Los valores que representa –en especial el derecho a elegir líderes en elecciones libres y justas, libertad de prensa y el Estado de derecho- están bajo ataque y en retirada a nivel global”.

Esta “recesión democrática”, como la define el profesor Diamond, no está restringida a los países emergentes o excomunistas, como Hungría o Polonia. El compromiso con las normas de la democracia liberal, incluyendo el derecho a votar o la igualdad de derechos para todos los ciudadanos, está en retirada incluso en las democracias establecidas, incluyendo a Estados Unidos. ¿Por qué ha pasado esto?

Liberalismo no democrático

En un libro reciente, y un artículo anterior, Yascha Mounk, de la Universidad de Harvard, argumenta que tanto el “liberalismo no democrático” como la “democracia no liberal” amenazan la democracia liberal. En el primero, la democracia es demasiado liberal: los vínculos sociales y la seguridad económica son sacrificados en el altar la libertad individual. En el segundo, el liberalismo es muy débil: el poder es capturado por demagogos que gobiernan en el nombre de una mayoría enojada o al menos una minoría considerable, a quienes se les dice que son “la gente real”. El liberalismo no democrático termina en un régimen de élite. La democracia no liberal termina en un régimen autocrático.

Más aún, el argumento de Mounk es que el liberalismo no democrático, especialmente el liberalismo económico, explica en gran parte el alza de la democracia no liberal. Destaca el rol de los bancos centrales independientes y la forma en la que el comercio está gobernado por acuerdos internacionales creados por negociaciones secretas llevadas a cabo dentro de instituciones remotas.

En EEUU, también afirma, cortes no elegidas han decidido muchos temas sociales controvertidos. En áreas como la tributaria, los representantes electos mantienen la autonomía formal. Pero la movilidad global de capital restringe la libertad de los políticos, reduciendo las diferencias efectivas entre los partidos establecidos de centroizquierda y centroderecha. ¿Cuánto explica ese liberalismo no democrático? La respuesta es: Lo hace, hasta cierto punto.

Es totalmente cierto que la economía liberal no ha entregado lo que se esperaba, con la crisis financiera como un golpe particularmente severo. Un aspecto de ese liberalismo -la migración- ha persuadido, como argumenta el escritor británico David Goodhart en su libro The Road to Somewhere, a muchas “personas de algún lugar” -aquellos anclados a un lugar- de que están perdiendo sus países ante forasteros indeseados. Más aún, las instituciones que representaban a la masa de gente común -sindicatos y partidos de centroizquierda- han dejado de existir o han dejado de hacer su trabajo. Finalmente, la política ha sido tomada por “personas de cualquier lado”, los móviles y los bien educados.

Thomas Piketty sugiere que una “izquierda Brahmán” y una “derecha comerciante” dominan ahora la política occidental. Estos grupos pueden diferir mucho entre ellos, pero ambos están ligados al liberalismo, social, en el caso de Brahmán y económico, en el caso de los comerciantes. La opinión pública se ha dado cuenta.

Cooperación internacional

Un gran punto es que si el liberalismo no democrático ha ido muy lejos para comodidad de un gran porcentaje de los votantes, ese liberalismo no es sólo económico: esto no se trata sólo del neoliberalismo. Más aún, poco tiene que ver con las instituciones internacionales superpoderosas, con la excepción discutible de la Unión Europea.

De hecho, la prosperidad que los países de altos ingresos desean está firmemente ligada con el comercio internacional. Eso, a su vez, necesariamente involucra a más de una jurisdicción. Un futuro que no incluya la cooperación internacional en una regulación o tributación transfronteriza no funcionará. Esto también tiene que ser reconocido.

La visión de que la dimensión económica del liberalismo no democrático ha impulsado a la gente hacia la democracia no liberal es exagerada. Lo que es cierto es que un liberalismo económico pobremente manejado ayudó a desestabilizar la política. Eso ayuda a explicar la respuesta nacionalista en países de altos ingresos. Sin embargo, el tipo de democracia no liberal que vemos en Hungría o Polonia, que tiene raíces en sus historias específicas, no es el resultado inevitable en democracias establecidas. Será difícil para Donald Trump convertirse en la versión estadounidense de Viktor Orban, de Hungría.

Pero no podemos ignorar las presiones. Es imposible que las democracias ignoren la rabia y ansiedad generalizada de la opinión pública. Las élites deben promover un poco menos el liberalismo, mostrar un poco más de respeto por los lazos que unen a los ciudadanos con los demás y pagar más impuestos. La alternativa de dejar a una gran parte de la población sentirse desheredada es demasiado peligrosa. ¿Es concebible ese reequilibrio? Esa es la gran pregunta.

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