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Abogados

Padre Raúl Hasbún

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 16 de marzo de 2018 a las 04:00 hrs.

Los profesionales de la defensa y asesoría jurídica en toda clase de controversias o emprendimientos tienen abundante ocasión de enriquecer su ejercicio en el presente ciclo litúrgico cuaresmal. Al menos tres de las obras de misericordia espiritual prescritas especialmente para este período tienen que ver con la abogacía: corregir lo que está errado, aconsejar al desorientado, consolar al afligido. Es sintomático que el Nuevo Testamento llame Consolador a quien, por definición y etimología griega, es en rigor Abogado: nada menos que el Espíritu Santo.

En la misma dirección apuntan las lecturas bíblicas de Cuaresma. Moisés, según relatos del Exodo, despliega su mejor artillería argumental para disuadir a Yahvé de abandonar a su pueblo infiel. Primero: “Tú dices, Señor, que es mi pueblo el que se ha pervertido, y que soy yo quien lo sacó de Egipto. Pero recuerda que es TU pueblo y que TÚ lo sacaste de Egipto”. Segundo: “Si Tú persistes en descargar tu ira contra ellos hasta consumirlos, los egipcios van a decir que con perversa intención Tú sacaste de allí a tu pueblo para hacerlo morir en las montañas y desiertos!”. Y tercero: “Recuerda que Tú, Señor, les juraste a Abraham, Isaac y Jacob multiplicar su descendencia y asegurarle la posesión de la tierra prometida”. Más allá del uso y abuso de atribuirle a Dios pasiones, celos y olvidos propios de la frágil naturaleza humana, es innegable que Moisés ejerce aquí la abogacía al más alto nivel de conocimiento y erosión de los flancos débiles de su contraparte.

También Jesús litiga en Cuaresma invocando principios básicos de un debido proceso. Cuando le reprochan hacer milagros de misericordia en día sábado, El reivindica su autoridad de Señor del sábado apelando a la prueba testimonial. Comienza aclarando que el que afirma algo relativo a sí mismo no puede pretender que con eso ya ha probado la verdad de lo que afirma: “Si Yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido”. Sublime humildad, imponente verdad, con frecuencia olvidada en los juicios mediáticos. Aporta por ello: el testimonio luminoso de Juan el Bautista; el testimonio irrefutable de las obras que El mismo realiza por autoridad de su Padre; y el testimonio supremo de las Escrituras de vida eterna, “porque Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza, escribió sobre Mí”. Más tarde, agonizando en la Cruz, abogará en favor de sus verdugos, invocando una circunstancia al menos atenuante de su responsabilidad: “no saben lo que hacen”.

Un joven profeta, Daniel, salvará a la casta Susana de su condena a muerte, decretada por el falso testimonio de dos viejos pervertidos, interrogando a los testigos por separado y evidenciando la insoluble contradicción en lo que afirman.

Al comenzar la Misa, todos pedimos y prometemos interceder unos en favor de otros. Desorientados y desamparados necesitan abogados orantes.

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