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La burocratización de la economía de Europa

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En algunos Estados de la UE, los precios de la electricidad para los consumidores industriales equivalen al doble de lo que pagan sus homólogos norteamericanos. Unos reglamentos climáticos exageradamente complejos, la resistencia política al desarrollo del gas de esquisto y unas políticas energéticas que favorecen tecnologías costosas e ineficaces son los causantes en gran medida de ello. Algunas autoridades de Bruselas están empezando a reconocer gradualmente que unos precios más bajos de la energía podrían ser buenos para la economía, pero la mayoría siguen creyendo que la protección de la sociedad y del medio ambiente contra los efectos más amplios de la industria energética debe tener prioridad sobre el desarrollo de la industria y un mayor crecimiento económico. Dan por sentado que una recuperación sólida y la creación de puestos de trabajo resultarán simplemente por sí solos; a consecuencia de ello, en lugar de disfrutar de un crecimiento sostenible, Europa se dirige hacia un modelo para el que sería apropiada una nueva denominación: “estancamiento sostenible”.



Ese planteamiento representa un colosal despilfarro de dinero. Como observa Bjørn Lomborg, del Centro de Consenso de Copenhague: “La Unión Europea pagará US$ 250.000 millones por sus políticas climáticas actuales durante todos y cada uno de los 87 próximos años. Con casi US$ 20 billones, las temperaturas al final de este siglo se habrán reducido en un insignificante 0,05 grado centígrado. En cambio, la UE va a asignar unos miserables 8.000 millones de euros a lo largo de siete años a aliviar el desempleo juvenil, que actualmente representa casi el 60 por ciento en algunos Estados miembros.

Pero, si no se permite que prosperen industrias decisivas como las del aluminio, el acero, los combustibles, los plásticos y el cemento, la economía de Europa no crecerá y no se creará un número suficiente de puestos de trabajo. Esos resultados no sólo serían malos para la economía, sino también para el medio ambiente, porque dichas industrias seguirán trasladándose, sencillamente, a mercados con ejecutorias medioambientales mucho peores.

El problema no es una falta de capital inversor. En 2011, las empresas de Europa cotizadas en bolsa tenían unos 750.000 millones de euros líquidos en sus balances, equivalentes al doble del descenso de la inversión del sector privado en la UE de 2007 a 2011, pero, pese al terrible estado de las haciendas públicas, la necesidad apremiante de crecimiento y puestos de trabajo y unos tipos de interés históricamente bajos, las autoridades no están haciendo nada para fomentar la inversión.

Los gobiernos de Europa necesitan urgentemente emprender un examen minucioso de la esfera reglamentadora, en particular en las industrias que tienen las repercusiones más importantes en la economía en sentido amplio. Y, después de seis decenios de entrometerse, las autoridades de la UE deben dar marcha atrás y ver qué restricciones han resultado perjudiciales o irrelevantes y cómo apoyar mejor a los empresarios y las industrias del futuro.

Gran parte del terreno lo ha preparado ya la OCDE en varios principios rectores: los objetivos económicos, en particular el crecimiento y la competitividad, deben ser tan importantes como los objetivos sociales y medioambientales; los beneficios de una reglamentación deben justificar sus costos; se deben revisar con frecuencia los reglamentos y siempre se debe hacer un análisis de la rentabilidad de todas las opciones, incluida la mantener simplemente el status quo. Con el 7% de la población mundial, el 25% del PIB mundial y el 50% del gasto mundial en asistencia social, la UE ha creado un modelo que inspira a millones de personas el sueño de emigrar a Europa. Sin embargo, la histórica insistencia de la UE en el logro de sus objetivos sociales, con exclusión de las necesidades a largo plazo de la industria, está socavando todo el proyecto europeo.

Si se permite a la burocracia estrangular las industrias decisivas para la prosperidad europea, la UE no puede ser el hogar próspero, democrático y no excluyente con el que millones de personas sueñan.



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