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Políticas ambientales y competitividad

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A medida que la crisis de la deuda europea se aleja, otro desastre económico parece acechar: el precio de la energía. Desde principios de la década del 2000, el promedio de precios de la electricidad que deben pagar las industrias europeas se ha casi duplicado. ¿Se puede afirmar que las muy ambiciosas políticas ambientales europeas, que buscan elevar los costos de las fuentes de energía “perjudiciales”, están destruyendo la base industrial del continente?
A primera vista, las cifras parecen confirmar la perspectiva de los pesimistas. ¿Cómo puede ser que una brecha semejante en los precios no acabe por afectar la competitividad? Pero si el alza de los precios de la energía tiene como consecuencia una reducción de las exportaciones, ¿cómo se explica que Alemania, que exhibe algunas de las políticas ambientales más ambiciosas del planeta, haya duplicado sus exportaciones desde el 2000?
De hecho, las evidencias empíricas demuestran que, en muchos casos, seguir reduciendo las emisiones de dióxido de carbono podría ayudar a las industrias a ser más competitivas. Si se explorara este potencial, podrían abrirse importantes oportunidades no solo para paliar el cambio climático, sino además promover la solidez económica a largo plazo de Europa.

La competitividad implica muchísimo más que los precios de la energía. De hecho, las estimaciones para Alemania indican que para la mayor parte de su base industrial los costes energéticos representan apenas un 1,6% del valor añadido bruto, por lo que incluso los precios en rápido ascenso de la energía implican solamente una carga adicional limitada para las empresas.

Por supuesto, la carga es más alta para industrias de sectores como la producción de químicos, pero por lo general disfrutan de exenciones de cargos por emisiones de carbono. E incluso en ellos la competitividad se debe definir en un sentido mucho más amplio que el que de la simple comparación de estadísticas de costes. Por ejemplo, es probable que tengan más peso factores como una mano de obra altamente calificada o los beneficios de estar integrados en clústeres que funcionen con eficacia.

Esto no quiere decir que haya garantías de que el aumento de los precios de la energía no acabe por afectar seriamente la competitividad europea en algún momento. De hecho, de algún tiempo a esta parte el crecimiento de las inversiones en plantas químicas ha sido débil.

Sin embargo, si bien hay que tomarse en serio este riesgo, la historia sugiere que bien puede haber un camino de salida que no exija retroceder en cuanto a políticas ambientales. Lo notable es que los precios de la energía en alza han estado acompañados no solo por una competitividad relativamente sólida sino por grandes reducciones de las emisiones de CO2.

El nuevo paradigma debería apuntar a formas de reducir las emisiones de CO2 que, en último término, ayuden a producir mejores productos a menor costo. Y esto además ayudaría a que los fabricantes europeos conquisten nuevos mercados en los países emergentes, que necesitarán cada vez más los productos químicos de alto valor que Europa ya produce con competitividad.

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