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¿Qué pasó con el arte de envejecer sin gracia?

Jemima Kelly

Por: Jemima Kelly | Publicado: Lunes 25 de julio de 2022 a las 04:00 hrs.
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Jemima Kelly

En cierto modo, ver avatares increíblemente realistas de los miembros treintañeros de ABBA, moviéndose rítmicamente en un escenario construido específicamente para este propósito en el este de Londres, daba la sensación de ser justo el tipo de alegre y nostálgico espectáculo que la tecnología debería estar posibilitando.

En otros aspectos, daba la incómoda sensación de estar atrapado en un episodio de una distópica serie televisiva.

“Los avatares digitales de ABBA son la más reciente muestra de nuestra obsesión por mantenernos siempre jóvenes. Pero al venerar sólo la juventud, corremos el riesgo de olvidar el valor, la sabiduría y la belleza de la vejez”.

En este episodio, la sociedad se ha vuelto tan alérgica al proceso de envejecimiento, que ya no es aceptable ser visto en público como uno mismo después de cierta edad. Por encima de los 60 años, de hecho, no debes ir a trabajar. En cambio, estás conectado, en tu casa, a sensores electrónicos que monitorean cada uno de tus movimientos y utilizan los datos para proyectar en la oficina un avatar con el aspecto que tenías hace tres décadas.

Por encima de los 50 años, debes asegurarte de que tanto tú como tu cónyuge tengan gafas de realidad virtual (RV) bien colocadas antes de acercarse el uno al otro para poder aparecer como eran en su noche de bodas.

En los medios sociales, la intervención tecnológica comienza incluso antes: a partir de los 25 años, puedes utilizar un filtro antes de publicar un vídeo tuyo para que incluso las arrugas más finas y adorables queden suavizadas; para que tus labios se vean más llenos; y para que tus ojos sean abultados hasta alcanzar las proporciones de los de un niño pequeño. Así podrás maximizar el número de “Me gusta” que consigues y, si eres un influenciador, también tus ingresos.

Algunos lectores nacidos antes del inicio de la generación de los Millennials —o los que tienen la suerte de no haberse encontrado nunca en una vorágine nocturna de Instagram—, quizás no sepan que este último ejemplo ya es una realidad.

¿Qué ha pasado con lo de ser completamente desinhibido... con los brazos flácidos, los traseros caídos, las papadas múltiples y todo lo demás? ¿Qué pasó con la idea de que cuando envejeces, en lugar de pasar a un segundo plano, “te vestirás de morado, con un sombrero rojo que no le hace juego ni te queda bien”, tal como lo escribió Jenny Joseph en su poema de 1961, “Advertencia”? ¿Qué ha pasado con el arte de envejecer sin gracia?

El problema no es sólo que esta obsesión por la juventud, con el bótox y los filtros de Instagram que la acompañan, esté creando expectativas poco realistas acerca del aspecto que todos deberíamos tener y nos esté haciendo infelices con lo que vemos en el espejo.

El problema es también que el proceso natural de envejecimiento desempeña un importante papel en nuestra aceptación de nosotros mismos como seres mortales, al final ayudándonos a prepararnos para la muerte, como me comentó Ian Philp, quien fue el “zar de las personas mayores” bajo ex primer ministro británico Tony Blair y fundador de Age Care Technologies.

Además, al venerar sólo la juventud, corremos el riesgo de olvidar el valor, la sabiduría y la belleza de la vejez. “Se pierde el sentido de la realidad del envejecimiento y se puede perder el respeto por la dignidad de la vejez y las líneas que cuentan la historia de la vida”, indicó Philp.

Un curioso aspecto de la sociedad moderna es que a menudo parecen darse dos tendencias contradictorias al mismo tiempo. La ridícula moda de la “fiesta de revelación de género” (en la que los futuros padres les comunican a sus amigos y familiares, supuestamente interesados, el sexo de sus bebés por nacer mediante globos que explotan con confeti rosado o azul o humo de colores) ha surgido justo cuando las ideas sobre el significado del género son más fluidas que nunca.

Y mientras algunas de mis amigas en sus 30 y tantos años han empezado a inyectarse bótox (una empezó cuando era una veinteañera), otras han empezado a dejar de pintarse las canas. De hecho, ahora es incluso una declaración de moda: Vogue declaró en 2021 el año en que las canas “se convirtieron en un fenómeno cultural”.

Una cuenta de Instagram llamada Advanced Style, la cual orgullosamente muestra los fabulosos y coloridos atuendos de personas mayores, tiene casi 400,000 seguidores en Instagram. (Aunque, a modo de comparación, hay que señalar que Kim Kardashian, quien está empeñada en invertir el proceso de envejecimiento, tiene más de 320 millones de seguidores).

Pero tal vez haya otra razón por la que ABBA decidió que deberían verse como en 1979, cuando dieron su último concierto en Londres. Quizás querían ser recordados como las personas que en su día fueron, lo cual, al fin y al cabo, sigue siendo una parte de ellos. Yo puedo entender este impulso; cuando mi padre murió de Alzheimer en 2015, mis hermanos y yo nos encontramos pensando en él en años anteriores, habiendo reprimido esos recuerdos porque queríamos amar a la persona que estaba frente a nosotros. Él hubiera querido que también lo recordáramos de esa manera.

Pero los integrantes de ABBA todavía están vivos. Algunos de los que fueron al concierto “ABBA Voyage” estaban llorando al final, y es fácil ver por qué: toda la experiencia resultó nostálgica y conmovedora. Sin embargo, yo creo que me habría emocionado aún más si los miembros de la banda sueca —Agnetha, Björn, Benny y Anni-Frid, ahora todos septuagenarios— hubieran subido al escenario en toda su arrugada, ligeramente menos móvil y menos esbelta gloria, en una celebración de la maravilla de seguir vivos de forma completamente desinhibida.

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