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Soberbia y reformas

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Juan Ignacio Eyzaguirre

La presidenta y sus ministros empujan una atarantada cirugía al sistema tributario, educacional y constitucional en contra de la desigualdad. ¿Es acaso su receta efectiva en reducirla? Poco sabemos al respecto. Hay más dudas que certezas cuando nos remitimos al corazón ideológico sobre el que la presidenta construye sus propuestas. En el trasfondo de su ideario, el gobierno cree que la disparidad de ingresos se debe a las políticas públicas implementadas en el pasado. Sin embargo, esta conclusión nos parece apresurada.

Gran parte de quienes buscan razones políticas para explicar la desigualdad económica centran su análisis en las políticas públicas de los ochenta en Inglaterra y Estados Unidos. A sus ojos, sería la preeminencia del modelo neoclásico, representado por la reducción de impuestos y la desregulación de industrias, lo que explicaría el aumento de la brechas entre anglosajones.

Sin embargo, ¿cómo saber si esta interpretación es la más adecuada? El ministro Arenas debe recordar que correlación no importa causalidad. Decir que el aumento de la desigualdad se debe a políticas que promueven libertades individuales y limitan al Estado cae en lo simplista. Muchas cosas han cambiado en el mundo. En los ochenta, la globalización comenzó a desplegarse y los mercados laborales empezaron a experimentar cambios debido a los avances tecnológicos y las tendencias demográficas. Hoy nadie puede poner en duda que los trabajadores norteamericanos compiten con sus pares chinos o mexicanos, ni como las nuevas tecnologías han eliminado fuentes de trabajo poco calificado y aumentado la productividad de aquellos con mayor capacitación. Muchos atribuyen a estos fenómenos el aumento de la desigualdad en Estados Unidos e Inglaterra.

Son justamente estos debates los que nos recuerdan lo tremendamente compleja que es la desigualdad como fenómeno. A la hora de entenderla, culpar al sistema político y económico como su principal causa puede ser una simplificación peligrosa.

El gobierno ha impuesto sus recetas haciendo oídos sordos a las variadas voces que alertan del daño que la reforma tributaria infringirá a las PYME, o el despilfarro que podría significar adquirir escuelas subvencionadas en lugar de fijarse en la calidad de la educación. Al fin y al cabo, es posible que las costosas soluciones que nos impone este gobierno dejen un Chile más desigual, más pobre y más fragmentado del que tenemos hoy.

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