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El hogar oculto de Philip Roth

El brillante escritor estadounidense terminó su obra en un apartado rancho de Connecticut, donde Financial Times lo visitó una vez.

Por: Jan Dalley, Financial Times | Publicado: Viernes 25 de mayo de 2018 a las 04:00 hrs.
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Editor de artes

“Lo genial de morir”, dijo Philip Roth a un entrevistador en 2010, justo tras publicar su última novela, Nemesis, “es que no tienes que preocuparte más de las críticas”.

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No es que este titán de la literatura estadounidense, quien murió esta semana a los 85 años, se haya preocupado alguna vez sobre las reacciones negativas de la manera usual. En su carrera sorprendentemente prolífica como escritor -31 libros en 60 años-, la fama y reconocimiento de Roth siempre vino con infamia y controversia.

En la misma entrevista, cuando se le pidió nombrar favoritos entre sus libros, Roth no citó a los considerados sus obras maestras -El mal de Portnoy o Pastoral americana-, sino que mencionó al menos aclamado El teatro de Sabbath (1995), al que describió como “una comedia triste sobre la muerte (...) Lo escribí con alto sentido de libertad. Y la libertad es a lo que estás apuntando en cada paso del camino”.

La libertad era una fuerza esencial en la vida de este magnífico escritor. Desde sus trabajos más tempranos, como Adiós Colombo (1959), dejó clara su intención de liberarse de la respetable comunidad judía de Newark, Nueva Jersey, en la que había crecido como nieto de inmigrantes. Pero la retrataría una y otra vez, de formas cada vez más ficticias, muchas veces ofensivas.

Seguiría causando ira, provocación y fascinación entre judíos, cristianos, feministas, puritanos, patriotas, críticos y otros, siempre de manera brillante, inventiva y probablemente deliberada por las próximas cinco décadas.

La provocación y su reacción inevitable eran agua para su molino. Cada vez que Roth era atacado, de alguna manera redibujó la crítica creativamente: la primera de muchas veces en que se le llamó judío autoflagelante -y hasta antisemita-, simplemente reescribió el incidente como un episodio oscuramente absurdo en El mal de Portnoy.

Obra y polémica

El bestseller El mal de Portnoy (1969) fue un hito inolvidable de su era. Dos años después del “verano del amor”, encantó y golpeó a una generación con su relato de las aventuras sexuales de un joven judío en su prosa particularmente febril. Junto a Parejas de John Updike (portada de la revista Time el año anterior) y Herzog, de Saul Bellow, adelantó otra apuesta por la liberación: liberar a la literatura de EEUU, a través de una mezcla particular de iconoclasia, sátira salvaje, comedia, sexualidad desenfrenada y (un poco de) ternura humana, de la mano muerta de la solemnidad respetable. La amabilidad, virtud americana por antonomasia, estaba oficialmente agotada.

Pero el inicio de los años ‘70 trajo algunos trabajos más débiles de Roth y no fue hasta una racha brillante que comenzó en 1979 (cuando El Escritor Fantasma dio pie a la serie de cuatro libros ahora conocida como las novelas de Zuckerman) que volvió a su forma. Respondió a su agrio divorcio de su segunda esposa, Claire Bloom, en 1995, con Me Casé con una Comunista (1998), la cual forma parte de una serie magnífica sobre EEUU, que incluye Pastoral Americana (de 1997, por la que ganó el Pulitzer y que acuñó la inimitable descripción de la era Johnson como “el gran desquicio estadounidense”) y La Mancha Humana (2000), en que un profesor de universidad -el propio Roth pasó muchos años enseñando en universidades de EEUU- cae víctima de una corrección política extrema.

A lo largo de su carrera, Roth recibió la mayor parte de los grandes honores literarios, tanto en su país como en el extranjero, a excepción del Nobel. Muchas de esas ocasiones fueron acontecidas. Cuando recibió el Premio Man Booker International en 2011, una de las jueces, la editora feminista Carmien Callil, renunció en protesta. El episodio provocó una batalla de opiniones conflictivas entre lectoras.

Cuando se le preguntó sobre el tema más tarde, dijo: “Creo que es una locura. No hay nada de lo que hablar. Yo sólo sigo con mi trabajo”. Y dos años más tarde, a pesar del repudio feminista contra su obra, fue elegido el mejor autor estadounidense en un sondeo de escritores del New York Magazine.

Desde el exilio

Su última serie de novelas cortas, más tarde agrupadas como “Nemeses”, fueron todas escritas en el rancho de Connecticut en que Roth había hecho su hogar por más de 35 años. Allí, en una casa gris de madera que parece una pintura de Grant Wood, al final de un largo camino rodeado de millas de un bosque denso y exuberante, Roth parecía haberse alejado tanto como podía de las calles de Newark. Pero desde allí, su imaginación retornó una y otra vez a las calles en las que pasó su infancia en los años ‘40, para alimentar sus trabajos de ficción.

Una vez le pregunté si le gustaba recorrer esos bosques. Aparentemente, era una pregunta absurda: esos bosques románticos de ensueño, me dijo, están llenos de un dañino roble venenoso. Muy propio de Roth, pensé, resaltar las punzantes realidades escondidas, incluso las de aquel pastizal americano.

Su casa rural era claramente una forma de autoexilio y su conciencia de ello quedó de manifiesto cuando este gran cronista de la realidad estadounidense le dijo a otro entrevistador ese mismo año: “No sé nada de EEUU hoy. Lo veo en la televisión, pero ya no vivo ahí”.

La muerte de Philip Roth es señal del fin de una era, tanto en términos literarios como sociales. Fue un hombre de su tiempo y su trabajo encendió la segunda mitad del Siglo XX: brillante, transgresivo, iracundo, chistoso, sin remordimientos, incisivo, incómodo, irresistible. E inolvidable.

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