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América Latina ante nuevas y grandes oportunidades

ANDRÉS VELASCO Decano de la Escuela de Políticas Públicas, London School of Economics, exministro de Hacienda

Por: ANDRÉS VELASCO | Publicado: Martes 28 de noviembre de 2023 a las 04:00 hrs.
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ANDRÉS VELASCO

América Latina cuenta con una larga tradición de sacar provecho de momentos de crisis global. Los problemas de abastecimiento provocados por la Segunda Guerra Mundial estimularon la elaboración de productos propios. En las décadas de 1930 y 1940, la ausencia de capital extranjero favoreció el diseño de políticas económicas más audaces e innovadoras, lo que acabó permitiendo que América Latina saliera con más rapidez que otras regiones del daño provocado por la Gran Depresión.

Hoy en día, cuando muchas naciones sufren directamente las consecuencias de la invasión de Rusia a Ucrania o el choque entre Israel y Hamás, además de otras tensiones mundiales, América Latina también puede sacar provecho. Se trata de saber aprovechar la aparente desventaja de estar geográficamente situados lejos del resto del mundo.

“Nuestra historia demuestra que disponer de recursos naturales no es garantía de prosperidad y riqueza. Para que las nuevas oportunidades de la región se materialicen es crucial mejorar la infraestructura y crear las condiciones para atraer las inversiones y acelerar el comercio. Y por sobre todo, debemos mejorar nuestra política: el resto del mundo no querrá invertir en países que no logran ponerse de acuerdo acerca del camino a seguir”.

Lo cierto es que las crisis actuales representan oportunidades para los latinoamericanos. La seguridad física que nos otorga nuestra situación geográfica y la distancia que nos separa de la agitación mundial es una primera ventaja. Al fin y al cabo, si algún loco llega a utilizar un arma nuclear, es improbable que la detone en Lima o Sao Paulo.

En segundo lugar, la región se está beneficiando ya de la subida de los precios de los productos básicos que exporta. Algunos de esos productos se hacen cada vez más imprescindibles en las economías desarrolladas de otras regiones, y lo serán todavía más en la medida en que avance la transición verde. Por supuesto que no hay que dejarse llevar por el triunfalismo y que el incremento de los ingresos por la subida de los precios de productos básicos exige una gestión adecuada, como la que Chile viene haciendo desde 1990. Pero sin duda se trata de una oportunidad que hay que aprovechar.

La tercera ventaja para América Latina es que, al mismo tiempo que estamos lejos de los conflictos, estamos cerca de algunos de los mercados más importantes para el comercio internacional. Lo estamos, sin duda, de Estados Unidos. El near-shoring y el friend-shoring son potencialmente excelentes noticias para la región. Ya están ocurriendo en México, destino de muchas de las empresas que han descubierto los inconvenientes de invertir en China. Pero podrían ocurrir también en Colombia, en Centroamérica, incluso en Perú o Chile, si somos capaces de crear las condiciones adecuadas.

Aunque en otra escala, podríamos estar igualmente cerca de Europa. Ya compartimos valores y vínculos históricos con muchos países europeos. Es una base excelente sobre la que establecer colaboración económica en el necesario clima de confianza y en beneficio mutuo. Las conclusiones de cumbre Europa-América Latina del pasado mes de julio sugieren que el comercio puede incrementarse rápidamente si se dan los pasos necesarios.

La cuarta oportunidad que se nos presenta es, sin duda, la más evidente: América Latina está en condiciones de convertirse en una potencia de energías renovables. La mayoría de los países disponen de aquello que se requiere para serlo y que tanto echan de menos otras regiones. Tenemos sol en abundancia, tenemos viento y, en gran parte de nuestro territorio, tenemos también agua. Contamos, pues, con los recursos para ser competitivos en energías solar, eólica e hidráulica.

Hay que añadir a todo eso la suerte de contar con el equivalente al oro en el mundo contemporáneo. Disponemos de los minerales y tierras raras que se necesitan para la transformación de las economías de todo el mundo en economías más verdes. Chile, Argentina y Bolivia tienen los yacimientos de litio que se requiere para alimentar las baterías de los coches eléctricos. Brasil y Chile también son capaces de suministrar el cobalto de esos vehículos.

Existe una quinta oportunidad, no tan evidente, pero, desde mi punto de vista tan o más importante que las anteriores: la posibilidad de que a través de las nuevas tecnologías nuestro talento regional encuentre espacio en mercados laborales de otros países. América Latina ha aumentado en los últimos años la formación de profesionales cualificados que no siempre encuentran empleo en los mercados internos. La revolución de la comunicación digital experimentada en los últimos años permitirá a partir de ahora que un ingeniero de Santiago trabaje en una compañía de Boston y que un arquitecto brasileño lo haga en un estudio de Hong Kong. Buenos empleos y buenos salarios internacionales, sin salir de casa.

En resumen, las oportunidades efectivamente existen, y son cuantiosas. Sin embargo, los latinoamericanos hemos conocido otros períodos de grandes oportunidades que dejamos pasar, como resultado de nuestra incapacidad para ponernos de acuerdo e implementar políticas sensatas. El crecimiento de los años cuarenta dio paso a las crisis de inflación y balanza de pagos de los años cincuenta y sesenta. La década de los ochenta se convirtió tristemente en la década perdida.

Para que estas nuevas oportunidades se materialicen es imprescindible no repetir los errores del pasado. Como demuestran muchas naciones africanas, y la propia historia de América Latina, disponer de recursos y materias primas no es una garantía de prosperidad y riqueza. Para que estas nuevas oportunidades se materialicen, es imprescindible mejorar la infraestructura y crear las condiciones para atraer las inversiones y acelerar el comercio. Y, por sobre todo, es imprescindible mejorar nuestra política: el resto del mundo no querrá invertir en países que no logran ponerse de acuerdo acerca de qué políticas poner en práctica y qué tipo de sociedad quieren construir.

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