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Como un país desarrollado

Felipe Bravo economista jefe de Banco Santander

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El bienestar económico de Chile de los últimos veinticinco años es algo que pocos países han conseguido, y del que sin duda nos debemos sentir orgullosos como nación. Hasta hace no mucho, el mundo nos miraba con atención y nosotros nos jactábamos del notable dinamismo de nuestra economía, a la vez que nos preguntábamos cuál sería el año en que finalmente lograríamos ingresar al selecto grupo de los países desarrollados. Mucha agua ha pasado por debajo del puente, llevando a que hoy el predicamento sea distinto. Y es que en general tanto organismos internacionales -FMI o la OCDE- como a nivel local -el gobierno y los analistas privados- muestran un consenso en cuanto a la menor capacidad de crecimiento agregado de nuestra economía, la que incluso es más baja que el promedio del mundo.

Para quienes nos dedicamos a proyectar variables económicas, resulta curioso que no haya gran diferencia en las perspectivas de la mayoría de los analistas sobre la marcha del país en el corto plazo. Si bien hoy crecemos al ritmo de un país desarrollado, es decir, entre 1,0% y 2,0% anual, lo cierto es que nuestro potencial de crecimiento es de 3,5%.

Pero no nos tenemos que perder en esta discusión, porque crecer como país del primer mundo no significa serlo. El expandirnos a la mitad de lo económicamente factible nos priva de aspirar a un sistema de bienestar de país avanzado. En efecto, son múltiples las necesidades de índole educacional, de salud y de calidad de vida que deben ser atendidas y para las cuales se requiere de un financiamiento sostenible.

Pero a estas alturas, resulta inútil buscar las causas del menor crecimiento. Por el contrario, lo que debe convocar a todos los actores es pensar en una nueva forma para adaptarnos a un paradigma de menor dinamismo mundial, donde la demanda por nuestros productos tradicionales se ha estancado.

Por otro lado, recientemente un destacado economista, consejero del Banco Central, afirmó que le parecía difícil de creer que las expectativas de los agentes privados se mantengan de forma indefinida en niveles deprimidos. Tomando esa idea, si las expectativas mejoraran y estuviesen en niveles similares al promedio histórico, entonces podríamos ver un aumento de los indicadores de consumo e inversión nacional que nos lleven a crecer más cerca de nuestra capacidad de tendencia.

Una realidad que aún no llega, porque estamos inmersos en un círculo vicioso en el cual un bajo crecimiento de la actividad determina también un menor dinamismo del gasto privado, lo que se materializa en un crecimiento más bajo. Para romper esta inercia hace falta algo que los economistas llamamos shock exógeno, es decir, alguna perturbación que nos hace cambiar de estado o que determina un punto de quiebre en aras de un dinamismo mayor.

Dado este escenario, tenemos la opción de quedarnos sentados esperando que aparezca algo que nos lleve a un estado de mayor bienestar económico o lo inducimos nosotros mismos. Si nos inclinamos por la segunda alternativa debemos ocuparnos de buscar uno o varios catalizadores del cambio. Es hoy, en tiempos difíciles, cuando surgen las grandes ideas, y es donde se ven los liderazgos.

Entonces, ¿para qué seguir esperando? Mejor ser proactivos y aprovechar las oportunidades que ofrece este país. A nivel sectorial, existen rubros como agricultura y comunicaciones, que si bien son de una importancia reducida dentro del producto, tienen un desempeño destacado en el último tiempo, mientras que otros sectores más grandes y dependientes de mercados externos, como la industria, han hecho frente a la menor demanda con ingenio. Aunque todos han experimentado momentos complejos, han salido adelante bajo circunstancias de mercado adversas.

La invitación es a exportar estas buenas prácticas a otros ámbitos, que en conjunto podrían activar algún cambio más amplio. El no hacerlo genera un riesgo adicional que sería acostumbrarnos a crecer como país desarrollado, pero olvidándonos de que no lo somos. Sin lugar a dudas, un mal equilibrio que como nación nos privaría del bienestar global que implica ser del primer mundo.

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