El plazo para inscribir a los candidatos presidenciales ya venció. Desde ahora, las encuestas, los debates y las campañas apuntarán todas las miradas hacia esa carrera. Sin embargo, lo que pasó desapercibido es que también venció el plazo para inscribir a los candidatos al Congreso. Y esa, más que una anécdota, es la otra mitad de la elección que definirá el rumbo del país.
Porque conviene decirlo con toda claridad: de poco sirve ganar La Moneda si no se asegura un Congreso favorable. La política no se juega en un solo tablero. Un presidente sin mayorías legislativas es, en la práctica, un administrador de expectativas frustradas: las reformas se traban, los proyectos se diluyen, y lo que comenzó con entusiasmo termina chocando contra un muro de obstrucción. La experiencia de los últimos gobiernos lo deja en evidencia.
“El país necesita reformas que avancen, certezas regulatorias que atraigan capitales y un clima político que permita gobernar”.
La izquierda, en esto, juega con ventaja. Tiene claro que el poder real no se concentra únicamente en la presidencia, sino en la capacidad de condicionar desde el Parlamento. Por eso, mientras despliegan la campaña presidencial, dedican igual energía a ocupar escaños en la Cámara y el Senado. La estrategia es transparente: incluso si pierden en La Moneda, un Congreso desfavorable basta para impedir cambios en seguridad, modernización del Estado o responsabilidad fiscal. Y de paso, para sostener su discurso de oposición permanente.
Chile, no puede darse ese lujo. No cuando la economía sigue estancada, la inversión requiere señales claras, y la inseguridad golpea la vida cotidiana de las personas. El país necesita reformas que avancen, certezas regulatorias que atraigan capitales y un clima político que permita gobernar. Cada vez que el Parlamento se convierte en trinchera ideológica, se daña no solo la gobernabilidad, sino la confianza en el futuro. Y esa confianza, como saben bien las familias y los mercados, es el recurso más escaso y más valioso.
Por eso esta elección es doble. En La Moneda y en el Congreso. No se trata únicamente de quién ocupará la presidencia, sino de si ese futuro gobierno tendrá o no las herramientas para gobernar. Lo que está en juego no es un programa de gobierno aislado, sino la posibilidad misma de que ese programa se ejecute. Quien mire solo la carrera presidencial está cometiendo un error estratégico: el verdadero poder de decisión, el contrapeso que define gobernabilidad o estancamiento, se resuelve en el Parlamento.
El próximo Presidente podrá prometer cambios, reformas y transformaciones. Pero sin un Congreso que acompañe, lo único seguro será la frustración. Y Chile ya no puede permitirse otra década perdida en inmovilismo. El país necesita liderazgo, sí, pero también necesita mayorías que lo respalden. Solo así se podrá avanzar en orden, crecimiento y estabilidad.
La elección presidencial importa, por supuesto. Pero la llave del futuro de Chile —el verdadero punto de inflexión— estará en el Congreso. Ahí se jugará, de manera silenciosa y decisiva, si tendremos un país capaz de gobernarse o uno atrapado en la parálisis.