Demonios
Padre Raúl Hasbún
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Padre Raúl Hasbún
Es una interjección que brota espontánea en presencia de algo especialmente malo, feo y provocador de mucho dolor y daño. La misma espontaneidad con que atribuimos y agradecemos a Dios la ocurrencia de algo bello, bueno y generador de sanación y alegría. Nuestro lenguaje confirma la existencia de dos fuerzas sobrenaturales que disputan supremacía en el escenario de la tragicomedia humana.
Jesús vivió en lucha constante contra demonios. Vencedor del Tentador en el desierto, expulsó demonios en la sinagoga de Cafarnaúm y en las porquerizas de Gerasa; entregó a sus apóstoles el poder y misión de exorcizar; sanó al muchacho poseído de un demonio que le causaba epilepsia y mudez; y conmovido por la fe de una pagana sirofenicia, liberó a su hijita de las garras del Maligno. Antes de ascender al cielo, dejó una señal que acompañará a los que crean la Buena Noticia: “En mi Nombre expulsarán demonios”. Un bautizado en Jesucristo no sólo está exorcizado sino es también exorcista. Tiene poder y deber de conjurar imperativamente: “¡Sal de aquí, maldito!” Los siete demonios que Jesús hizo salir de María Magdalena están configurados en el currículum bíblico de Satanás. Primero la mentira. Luego la soberbia. Enseguida la envidia. Cuarto, la siembra de cizaña (restar y dividir). Quinto, la violencia, aliada fiel de la mentira. Luego la mediocridad (retener para sí la mitad de lo que se debe dar a otro). Finalmente la melancolía o tristeza depresiva que lleva a la muerte.
Todos estos demonios desembocan en la muerte, ajena y propia. Pero el último, la tristeza depresiva y terminal, lo hace en forma y grado superlativos. Su acto propio es cerrar la puerta por dentro y echar la llave al excusado. “No quiero médico ni medicina. Cancelé mi esperanza. Agoté mi última reserva de energía, se extinguió mi última motivación para seguir viviendo”. Su estado propio es anticipación del infierno. La diferencia con Sartre es que el infierno está en uno mismo y no en los otros. A ese estado parece referirse Jesús cuando habla del único pecado que no admite perdón: blasfemar contra el Espíritu Santo. Es el obstinado y deliberado rechazo a dejar puerta abierta a la misericordia. Esa que Dios Padre y su Hijo Jesús derraman en todo corazón, por su Espíritu Santo.
Este séptimo demonio arriesga convertirse en pandemia mundial. El camino para prevenirlo y exorcizarlo lo mostró Jesús en su agonía depresiva de Getsemaní: “Abba, Padre: no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Lo anticipaba el salmo 93: “cuando me parece que voy a tropezar, tu misericordia, Señor, me sostiene; cuando se multiplican mis preocupaciones, tus consuelos son mi delicia”. ¿Quieres exorcizar tu desconsuelo? Dedícate, como Jesús, a consolar a uno que sufre mayor desconsuelo que tú.