El espejo incómodo del 9 de diciembre: corrupción, cinismo y verdad
Bernardo Navarrete Consejero del CPLT
Este 9 de diciembre, el mundo conmemora el Día Internacional contra la Corrupción. A simple vista, la fecha encierra una paradoja lógica: llamarlo, coloquialmente, el “Día de la Corrupción” podría parecer un absurdo que exalta el vicio en lugar de la virtud. Sin embargo, esta designación cumple una función vital: actúa como un mecanismo para “desnormalizar” el problema y exigir legítimamente a los poderes del Estado que se apliquen medidas concretas. Sin estos días, los problemas permanecerían en la oscuridad y no serían tratados como sustanciales y universales.
Más que una celebración, la fecha funciona como un espejo moral, dándole la razón a la antigua sentencia aristotélica: “El poder no cambia a las personas, sólo revela quiénes son verdaderamente”. En este reflejo vemos cómo la corrupción destruye el fin último de la política —el Bien Común— transformando la deliberación pública en un mercado de favores, donde los iguales son tratados como desiguales.
“Si se elimina la retórica y se observa la “causa final” de las acciones, la justicia debe entenderse como la única virtud que busca el bien del otro”.
El verdadero desafío actual no es solo el delito, sino lo que Slavoj Žižek llama el “cinismo contemporáneo”: sabemos que el sistema es injusto, pero seguimos participando en él. Como advertía Hannah Arendt, la corrupción muchas veces no es maquiavélica, sino banal; se perpetúa en la lógica del “así se hacen las cosas”, “es mi comisión”, “todos lo hacen”. Es esta normalización la que permite el quiebre de lo común, diluyendo la responsabilidad individual en la lógica del sistema.
En el caso de Chile, la ausencia de un “GPS político” dificulta identificar la ruta hacia la virtud central: la justicia distributiva e imparcial. Si se elimina la retórica y se observa la “causa final” de las acciones, la justicia debe entenderse como la única virtud que busca el bien del otro.
Para restaurar la integridad pública, es necesario trabajar sobre cuatro pilares: imparcialidad, no jugar con cartas marcadas; responsabilidad por el ciudadano que sufre las consecuencias; transparencia comunicativa frente al secreto; y la valentía cívica de decir la verdad frente al poder. Del mismo modo, debemos implementar incentivos que hagan la corrupción difícil de cometer (tecnología), fácil de detectar (transparencia) y segura de ser castigada (fin de la impunidad). Quizás, para defender lo que es de todos, deberíamos empezar por cambiar el lenguaje y celebrar, estricta y éticamente, el “Día Internacional de la Integridad Política”, enfocándonos en la virtud que aspiramos a alcanzar y no en el vicio que buscamos eliminar.
Instagram
Facebook
LinkedIn
YouTube
TikTok