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Gabriela Clivio

El espejismo académico de las universidades chilenas

GABRIELA CLIVIO Economista, Socia Vios Consulting

Por: Gabriela Clivio

Publicado: Miércoles 22 de octubre de 2025 a las 04:03 hrs.

Gabriela Clivio

Gabriela Clivio

Por estos días, Chile presume de un ecosistema académico cada vez más internacionalizado. Las universidades celebran el número de doctores que integran su planta y la cantidad de publicaciones indexadas en revistas de alto impacto. Sin embargo, es legítimo preguntarse ¿de qué sirve acumular papers si la sociedad no se beneficia del conocimiento generado? El modelo chileno se ha rendido ante el fetichismo de la publicación. El éxito de un académico se mide no por su aporte al desarrollo o la innovación, sino por su capacidad de alimentar métricas de citación. Se ha generado, en los hechos, una desconexión absoluta entre la investigación y la realidad. Mientras los doctorados se convierten en carreras de producción intelectual en serie, la economía y la industria siguen esperando soluciones a problemas reales y concretos.

Basta con mirar a los premios Nobel de Economía de los últimos años para notar el contraste. Esther Duflo y Abhijit Banerjee no ganaron por teorizar desde la torre de marfil, sino por rediseñar políticas contra la pobreza mediante experimentos de campo. Richard Thaler fue galardonado por introducir la psicología en la economía y transformar el diseño de políticas públicas. Claudia Goldin recibió el Nobel por décadas de análisis empíricos sobre la brecha laboral de género y  Aghion y Howitt diseñaron modelos rigurosos para explicar fenómenos observables, como la competencia empresarial, la innovación y la rotación industrial. Ninguno fue premiado por publicar más que sus pares, sino por cambiar la forma en que entendemos la economía y la vida social. 

“El problema no es la falta de talento, sino la recompensa. Nuestros sistemas de incentivos promueven la comodidad académica y castigan la curiosidad aplicada”.

El problema chileno no es la falta de talento, sino la forma en que éste se recompensa. Nuestros sistemas de incentivos, lamentablemente, promueven la comodidad académica y castigan la curiosidad aplicada. Innovar, emprender o vincularse con el sector productivo son vistos casi como distracciones frente al “verdadero” trabajo científico: publicar y sobrevivir a la siguiente evaluación de productividad. Paradójicamente, muchos de los innovadores que más han transformado la economía mundial -desde los fundadores de la economía conductual hasta quienes desarrollaron nuevas formas de análisis empírico- habrían tenido dificultades para ser contratados en una universidad chilena. Les habrían dicho, sin rubor que “no tienen suficientes publicaciones Q1”. Chile no necesita más doctores escribiendo para otros doctores, sino académicos que entiendan que investigar es también servir. Que publicar es un medio, no un fin. Que enseñar economía sin aplicarla a la realidad chilena es un lujo que el país ya no puede darse. Mientras sigamos confundiendo mérito académico con productividad bibliométrica, nuestros laboratorios seguirán llenos, pero nuestras políticas públicas seguirán vacías de evidencia. Y cuando nos preguntemos por qué Chile no produce innovaciones ni ideas exportables, la respuesta no estará en la falta de talento, sino en el modelo de reconocimiento que erróneamente hemos elegido. En un país que aspira a crecer con conocimiento, necesitamos menos adoración a los índices y más compromiso con el impacto.

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