“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura“. Así da inicio Charles Dickens a su famosa novela “Historia de dos ciudades”, que narra las fuertes diferencias entre París y Londres durante la revolución francesa. Las diferencias que trata de mostrar Dickens son tan significativas como las que hoy podemos encontrar dentro de los emergentes.
Durante el 2013 hubo una fuga masiva de flujos de los mercados emergentes, producto de la política monetaria menos expansiva en EEUU, y de preocupaciones sobre la desaceleración en China. A todo eso se han sumado una serie de eventos desafortunados como los problemas en Turquía, Argentina, Sudáfrica, Tailandia, Venezuela y ahora el conflicto entre Ucrania y Rusia. No obstante, no hay que olvidar que existen fuertes diferencias entre emergentes.
Las múltiples crisis enfrentadas por los emergentes desde la década de los 70 nos han llevado a pensar que estos son irresponsables y tremendamente vulnerables a la reversión de flujos de los desarrollados. Tradicionalmente, después de una fuerte expansión en la liquidez mundial los mercados emergentes enfrentarían un periodo de expansión económica generado por “plata dulce”. Sin embargo, dada la abundancia de capitales y la falta de proyectos estructuralmente rentables, el dinero se iría a consumo y malos proyectos, generando que ante cualquier reversión en el financiamiento, las cuentas externas se vieran duramente afectadas, especialmente en regímenes de tipo de cambio fijo donde el grueso del ajuste se hace por actividad económica.
Hoy la historia es muy distinta: aún hay economías con problemas estructurales como Ucrania, Turquía, Argentina o Venezuela, pero también hay muchas economías que han hecho la tarea como Chile, Perú o México. Sus niveles de apalancamiento han aumentado moderadamente, con déficit de cuenta corriente muy por debajo de los registrados en crisis anteriores. Además, una mayor disciplina fiscal ha permitido una estructura de deuda soberana más favorable, ya sea mediante deuda emitida en moneda local o mediante mayores niveles de duración.
A todo lo anterior se ha sumado la herramienta del tipo de cambio flexible, el que deja que parte importante de las turbulencias sean absorbidas por la moneda y permite llevar una política monetaria autónoma, fundamental en momentos de desaceleración económica. De esta forma, es incorrecto poner a todos los emergentes en el mismo saco.