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Columnistas

Informalidad laboral: ¿una forma de salir de la “esclavitud”?

KAREN THAL Presidenta de Cadem

Por: Equipo DF

Publicado: Lunes 8 de septiembre de 2025 a las 04:04 hrs.

Hace algunas semanas, en Cadem organizamos un estudio cualitativo a través de focus groups para conversar sobre la llamada “emergencia laboral” en Chile. Queríamos entender cómo viven esta realidad dos mundos distintos: los desempleados y los trabajadores informales. Y aunque las cifras son claras -8,7% de desempleo y 26% de informalidad-, escuchar a las personas detrás de esos números resultó aún más revelador.

El primer hallazgo fue que la separación entre desempleados e informales, tan nítida en las definiciones académicas, en la práctica se desdibuja. Una persona que pierde su trabajo no puede quedarse meses esperando una oferta formal. Tiene que generar ingresos rápido, y lo hace como puede: manejando un auto, vendiendo por WhatsApp, cuidando niños o haciendo encargos. Así, quienes eran “desempleados” terminan convirtiéndose en trabajadores informales. Y lo sorprendente es que muchos se quedan ahí no solo por necesidad, sino porque encuentran beneficios que la formalidad no les ofrece.

“Algunos trabajadores perciben la informalidad, aun con sus riesgos, como una salida frente a un trabajo formal que combina largas jornadas, sueldos que no alcanzan, poca flexibilidad y, a veces, malos tratos”.

Una mujer lo explicó con crudeza: “Antes trabajaba de 8am a 8pm, con solo dos domingos libres al mes. Pagaba a alguien (informal por cierto) para que recogiera a mi hijo y lo cuidara hasta la noche. Llegaba a acostarlo y preparar el día siguiente. Me levantaba a las 6 para subirme al metro apretada y viajar más de una hora. Ganaba 600 mil pesos, a veces 800 con comisiones, pero me sentía a veces maltratada por mi jefe directo y frustrada porque mi título técnico no servía para nada en lo que trabajaba. Me despidieron. Empecé a llevar niños al colegio, vender algunas cosas. ¿Gano menos? Sí, pero no tanto. Igual no alcanza. ¿Cotizo? No. Pero ahora estoy con mi hijo en las tardes, organizo mi tiempo y me siento libre. No sé si quiero volver a trabajar como antes”.

Ese testimonio refleja lo que muchos experimentan: la informalidad, aun con sus riesgos, se percibe como una salida frente a un trabajo formal que combina largas jornadas, sueldos que no alcanzan, poca flexibilidad y, a veces, malos tratos. Para algunos, incluso, es una forma de escapar de lo que llaman “una vida de esclavitud”.

La reflexión de fondo es incómoda. Las políticas que hemos celebrado como avances sociales -las 40 horas, el sueldo mínimo, la reforma de pensiones- son importantes y necesarias. Pero en un país que crece muy poco, también se transforman en cargas que hemos ido acumulando y que atentan contra el empleo formal. Una, dos o hasta cinco horas menos de trabajo a la semana y un aumento de $ 30 mil o $ 50 mil no alcanza para inclinar la balanza frente a la flexibilidad que hoy valoran quienes optan por quedarse en la informalidad.

Por eso, estas vivencias deberían ser escuchadas por quienes diseñan políticas públicas y por las empresas. Porque no basta con proteger al trabajador desde la ley; hay que ofrecer experiencias laborales que sean sostenibles y atractivas. Las personas quieren y necesitan trabajar, pero también cuidar a sus hijos o padres, hacer trámites, organizar sus tiempos. Si no respondemos a esa realidad, si seguimos rigidizando el trabajo, si seguimos considerando que una ley de sala cuna no es prioritaria, la informalidad dejará de ser la excepción para convertirse en la regla. Y la formalidad, en vez de ser un camino de progreso, seguirá percibiéndose equivocadamente -para muchos- como una condena.

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