La austeridad según San Agustín
Los guardianes de la austeridad en Europa están contraatacando. Su discurso dice así: “Cuando algunos economistas hablaron de pánico y crisis de confianza se referían a ellos mismos...
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Los guardianes de la austeridad en Europa están contraatacando. Su discurso dice así:
“Cuando algunos economistas hablaron de pánico y crisis de confianza se referían a ellos mismos. Los fondos de rescate y eurobonos eran una invitación al riesgo moral. Arrojar dinero al problema resultó innecesario. El problema de Europa era uno anticuado: demasiado gasto. Ahora que los tecnócratas reemplazaron a los populistas en los miembros mediterráneos de la eurozona, la sostenida austeridad fiscal nos sacará del problema”.
¿Suena bien, cierto? Si tan sólo fuera verdad.
Para ver qué equivocado está este discurso imagine a Europa hoy sin el gran cañón de los préstamos baratos a tres años del Banco Central Europeo a los bancos comerciales del continente. No hace falta ser un Keinesiano fanático para conjeturar que el riesgo en los países del sur de Europa se mantendría por las nubes, y que los rumores de default seguirán oyéndose por todos lados.
Una intervención tan masiva del banco central era necesaria porque una crisis de confianza golpeó a gran parte de la eurozona, con los bonos de los gobiernos y bancos en el bando de los perdedores de un ataque especulativo en cámara lenta.
La lógica relevante está en el corazón de la macroeconomía moderna, precisamente la clase de pensamiento que los líderes europeos han ignorado a su propio riesgo. Un país con una gran deuda pública (digamos, más de 50% del PIB) está a salvo si todos creen que la deuda va a ser pagada; la tasa de interés cobrada sobre la deuda se mantiene baja, y el país en realidad paga, siguiendo un camino de expectativas virtuosas autocumplidas.
Pero todo cambia si los mercados empiezan a dudar de que la deuda será pagada; entonces las tasas de interés exigidas por los inversionistas pueden subir tanto que el país no podría pagar. Y luego sigue el default por un pánico vicioso autocumplido.
Si el mercado de bonos de un país está a punto de pasar de una dinámica virtuosa a una viciosa, sólo hay una salida. Los fanáticos de las armas se refieren a ella como la gran bazuca: juntar tanto dinero que nadie pueda dudar, ni por un segundo, de que la deuda será pagada.
Si los líderes europeos hubieran armado un fondo de rescate equipado con una enorme fuerza financiera a comienzos de 2010, Europa y el mundo se habrían evitado dos años de agonía. Al final, fue el BCE el que tomó las riendas, ahogando a los bancos de la eurozona con suficiente liquidez como para asegurarse de que compren todos los bonos de gobiernos posibles.
De este modo los ataques especulativos fueron detenidos, al menos temporalmente (aunque los diferenciales de tasas de interés en España y otras regiones están volviendo a subir). Ese era el primer objetivo. Pero persiste un segundo, y aquí los guardianes de la austeridad están equivocados otra vez.
Con una pequeña deuda pública, un país no puede ser víctima de una corrida de deuda. En esto es en lo que Grecia, Portugal, Italia, y Bélgica se diferencian de países como Canadá, Noruega, Singapur y Chile. En el pasado, algunos países europeos gastaron mucho y cobraban muy pocos impuestos, y ahora están pagando por eso. Para evitar que lo visto en estos dos años se repita, deben reducir su deuda pública dramáticamente.
La pregunta es cómo. En Grecia, la única posibilidad era perdonar la deuda. Se han hecho algunos avances pero van a ser necesarios más ajustes en el futuro.
Para el resto de Europa, un masivo plan de austeridad como el que demanda la canciller alemana Angela Merkel, con el apoyo de los ortodoxos alemanes, no va a solucionar las cosas.
España es el mejor ejemplo. El gasto fue recortado y los impuestos elevados. Un nuevo gobierno conservador ha reafirmado el compromiso de España con la austeridad. Pero las metas de déficit son superadas una y otra vez. La brecha fiscal estaba en un sorprendente 8,5% del PIB en 2011, y tras muchas discusiones con Bruselas, la meta fue rebajada a 5,3% del PIB para este año. Con la producción plana o cayendo, el ratio de la deuda frente al PIB seguirá aumentando.
La clave para una solución está en la famosa declaración de San Agustín: “Concédeme castidad y continencia, pero no todavía”. Un compacto fiscal como el aprobado recientemente es útil para anclar las expectativas de ajuste futuro, pero sólo si el nuevo sistema es suficientemente flexible como para ser políticamente creíble.
Se requiere una aproximación gradual. Y el ajuste debe estar vinculado a una estrategia de crecimiento. Los ingresos van a aumentar consistentemente sólo si la base tributaria –es decir, la economía– crece. Y eso requiere mayor inversión pública en infraestructura y en capital humano.
Los guardianes de la ortodoxia no están pensando en aplicar esta estrategia de crecimiento en el corto plazo. ¿Alguien más lo hará?
Copyright: Project Syndicate, 2012