Iba a escribir esta columna sobre la elección de intendentes. Iba a decir que, pese a que falta demasiado por hacer, era un primer gran paso para alcanzar territorios genuinamente desarrollados.
Iba a reconocer que las autoridades me habían tapado la boca, tanto a mí como a muchos de los que creíamos que sería imposible escoger a nuestras máximas autoridades regionales durante el 2017.
Iba a insistir, sin embargo, en que nuestra desconfianza era justificada. Una elección de intendentes requería un desprendimiento de poder de quienes lo tenían, una cesión. ¿Quién iba a estar dispuesto a eso?, ¿no era acaso sensato dudar?
Iba a sostener que el acuerdo en el Congreso para alcanzar este avance en descentralización era muestra de que se podía hacer política sin pensar en los intereses creados (sí, tráteme de ingenuo). Iba incluso a reconocer que muchos parlamentarios y autoridades habían demostrado estar dispuestos a soltar ese verdadero anillo de Giges que representa el poder.
En fin, iba a escribir esta columna sobre la elección de intendentes y sobre lo que ello representaba. Sobre la política de los acuerdos, la visión de Estado y la nobleza inherente al buen ejercicio de la actividad pública.
Después de escuchar hace menos de un mes a la presidenta promulgando este proyecto, nunca pensé en tener que escribir sobre la mezquindad y el calculismo, esa cara despreciable asociada al partidismo. Así, hasta hace pocos días creía –cándidamente– que esta columna ya estaba hecha. Que al fin podría despojarme de ese pesimismo provinciano que a bastante de pataleta huele.
¿Qué pasó entonces? Pues que el “cosismo” político reapareció. Las mismas autoridades que apoyaban la elección de intendentes pretendían ahora postular al cargo sin renunciar a sus actuales posiciones. En horas esa absurda idea se transformaba en discusión pública y, en sólo un par de días, en un equipo técnico de gobierno para hacerlo posible.
¿Se podía hablar entonces de la cesión del poder y del bondadoso ejercicio de la actividad pública?
Si hay algo claro es que la discusión sobre la elección de intendentes nunca fue sólo sobre una mera elección, representaba algo bastante más profundo. Por ahora, lo que queda por concluir es que las estructuras institucionales siguen centralizadas y que, al parecer, lo seguirán estando por algún tiempo más.