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(No) decidir a los 17

Rodrigo Delaveau S. Profesor Derecho UC, Doctor en Derecho Universidad de Chicago

Por: Rodrigo Delaveau S. | Publicado: Viernes 17 de mayo de 2019 a las 04:00 hrs.
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Rodrigo Delaveau S.

Elegir cómo nos vamos a ganar la vida constituye una de las decisiones más importantes en la existencia de cualquier ser humano. Hace algunos años en Chile, un país pobre, con pocas oportunidades, con una economía pequeña, cerrada y poco dinámica, donde sólo una ínfima parte de la población tenía acceso a la educación superior, llegar a la universidad era un privilegio verdaderamente exclusivo, que no admitía mucha reflexión por parte de quien tuviera la oportunidad de acceder a dicha prerrogativa.

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En esa realidad, no parecía descabellado pasar de usar uniforme escolar a decidir qué profesión se íbamos a desarrollar el resto de nuestras vidas, sin tener probablemente idea alguna de lo que dicha profesión implicaba. Hoy, cuando el 70% de los estudiantes son la primera generación de su familia en la universidad, esa lógica no tiene sentido alguno.

En efecto, la variedad de alternativas laborales y profesionales disponibles para los jóvenes de hoy hace impracticable -más aun, insensato- que decisiones tan relevantes sean tomadas sin tener los mínimos conocimientos de cómo funciona el mundo del trabajo o una idea básica del área en la cual nos queremos desarrollar. Eso explica que carreras como Ingeniería en Electricidad o Diseño Gráfico tengan una duración formal de ocho semestres, pero terminen con una duración real de 12 semestres. A lo anterior se suma la altísima tasa de deserción y cambios de carrera de los universitarios chilenos –desperdiciando muchas veces recursos públicos invertidos por vía de la gratuidad- y que carreras extensas incompletas no reciban ningún reconocimiento formal en el mundo laboral, prolongando la ineficiencia, la falta de productividad y la incapacidad de generar nuestros propios ingresos.

El mundo anglosajón ya dio cuenta de este fenómeno hace siglos, conscientes de que a los 21 años se es muy distinto que a los 17. Es por esa razón que, recién salidos del colegio, allá se entra a los colleges, y no directamente a la universidad, donde se hacen estudios generales de un área determinada. Estos no sólo permiten adquirir las competencias mínimas para poder optar luego a una carrera específica, sino que brindan la oportunidad de tomar una decisión más informada, en una etapa más adulta de la vida, y cuando ya se ha desarrollado cierta madurez intelectual, sin la presión que significa no tener una carrera.

Lo anterior, toda vez que el grado de bachiller tiene reconocimiento dentro del mundo laboral para muchas áreas de trabajo en las cuales no se necesita pagar una costosa, extensa -y a veces innecesaria- carrera de 10 semestres. Para qué decir los innumerables profesionales frustrados que luego de muchos años se dieron cuenta que en realidad nunca estudiaron lo que querían, esencialmente por haber tomado una decisión apresurada cuando eran demasiado jóvenes.

Es cierto que algunas universidades en Chile ya ofrecen esta alternativa -el Bachillerato-, pero es sólo eso, una alternativa. Esto no constituirá una solución real al problema de la ineficiencia educativa y laboral chilena, si no se trata de un esfuerzo mancomunado y coordinado entre los distintos actores de la educación superior, ya que mientras no se acorten las carreras profesionales, quienes opten por el bachillerato siempre deberán pasar aún más años en la universidad, prolongando las deficiencias ya planteadas. ¿Habrá llegado la hora de dar el gran salto?

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