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¿Será el dólar una divisa el siglo XXI?

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Hacia inicios de la década de los años 70 el dólar dejó su anclaje al oro. Desde ese entonces, la economía norteamericana ha tomado ventaja de ello. Sobre la base del concepto de dinero fiduciario y su preponderancia mundial, ha podido sostener por décadas crecientes desbalances fiscales y externos. Hoy la factura de ello la está pagando un mundo desordenadamente globalizado.

De los últimos 40 años de la historia económica de Estados Unidos, pocos saben que al menos 36 de ellos ha mantenido déficits fiscales y, adicionalmente, de los últimos 30, no menos 27 años se ha desenvuelto con permanentes déficits externos en cuenta corriente. Esta tremenda irresponsabilidad se suscita a partir del momento que el dólar se emite a libre discreción.

Existen tres factores que explican por qué la cantidad de dólares ha ido inundando al mundo los últimos 40 años. El primero, la necesidad de cubrir su casi permanente brecha externa y fiscal. El segundo, la aceleración en la expansión de su consumo durante la década que antecedió a la crisis de 2008. El tercero, la ingenua decisión de intentar salir de un problema de sobreendeudamiento a partir de más emisión y más endeudamiento.

En ese complejo entorno generado a partir de la libertad de emisión que logró hacia inicios de los años 70, la evolución de la estabilidad de dólar ha sido lamentable. Los últimos trece años, por ejemplo, el dólar ha perdido un tercio de su valor con respecto a las seis monedas más importantes del mundo. Con respecto a inicios de los años setenta ha perdido más del 80% de su poder adquisitivo dentro de EEUU y con respecto al oro más del 98%. Como resultado de su envilecimiento en la última década, con relación a la composición de las reservas de los bancos centrales del mundo y del porcentaje del flujo del comercio internacional canalizados con dólares, también ha perdido participación en no menos de 10 puntos porcentuales, respectivamente.

En las circunstancias reseñadas, la debilidad del dólar se ha expresado, como resulta evidente, en el fortalecimiento de muchas monedas en el mundo. Pretender para una economía pequeña y abierta y en el marco del complejo origen de la pérdida de valor del dólar, amortiguar su tendencia con instrumentos convencionales de política económica, resulta, por decir lo menos, ingenuo.

En esas condiciones, las empresas deben prepararse para enfrentar, tarde o temprano, uno de estos cinco escenarios. Primero, que progresivamente se suscite una guerra de monedas que descomponga el ordenamiento del comercio y ello acentúe el costo de la salida de la crisis actual. Segundo, que se haga inevitable el incremento de la tasa de referencia norteamericana y, por lo menos por cierto tiempo, se aprecie temporalmente el dólar a costa de una mayor desaceleración en el ritmo de su actividad mundial. Tercero, que el yuang continúe ganando participación de la mano de su mayor importancia en la dinámica del comercio internacional. Cuarto, que el dólar nuevamente se ancle al oro como medida desesperada para evitar la licuación de su preponderancia. Quinto, que se llegue a un acuerdo para que el flujo de comercio dependa de una canasta ponderada de cotizaciones de las monedas más importantes a nivel global.

En ninguno de estos escenarios, el dólar quedará en la forma, con la fuerza y características de divisa preponderante del mundo como hasta hoy lo conocemos. Debemos prepararnos.

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