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Sombras proteccionistas sobre la energía solar

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A fines de julio se alcanzó un acuerdo en la mayor disputa anti-dumping en el mundo, cuando China acordó un precio mínimo para los paneles solares que exporta a la Unión Europea. La solución es mucho menos severa que la que había sido la inminente alternativa: los aranceles de la UE a los paneles solares chinos iban a elevarse a 47,6%, como resultado de un “hallazgo” de la Comisión Europea de que China –que ahora tiene un 80% de participación de mercado en Europa- había hecho “competencia desleal”. Sin embargo, el acuerdo es un mal resultado para los consumidores y el medio ambiente.



La disputa entre la UE y China es paralela a una similar entre China y Estados Unidos. Hace casi un año, EEUU estableció aranceles de entre 24% a 26% contra las importaciones de paneles solares chinos, luego de que el Departamento de Comercio acusó a China de “dumping” –lo que generalmente se define como la venta de un producto a un precio por debajo de su costo- en el mercado estadounidense. China, que citó una propia indagación de dumping por parte de EEUU en el caso del polysilicon –un material clave para la producción de paneles solares- en su mercado, ya ha devuelto la mano con la imposición de aranceles que superan el 50%.

Las disputas de los paneles solares pueden sonar estrechas y esotéricas, pero van al corazón del largo debate sobre la globalización. El argumento más poderoso de los activistas anti-globalización es que incluso si el libre comercio es bueno para el progreso económico en su conjunto, podría ocasionar daños a importantes bienes públicos como la protección medioambiental. Bajo la hipótesis conocida como “race to the bottom”, se piensa que los países que son abiertos al comercio internacional adoptan regulaciones medioambientales más débiles que lo que lo hacen los países menos abiertos.

Pero el comercio también puede tener efectos benéficos para el medioambiente. La especialización en cada país permite obtener más de lo que necesitan lo que, especialmente a mayores niveles de ingreso, incluyen aire y agua más limpios. Y cuando el comercio provoca una baja en los costos, se puede beneficiar de bienes ambientales tanto como se beneficia de otros tipos de bienes.

Entonces en el balance, ¿la globalización del comercio es mejor o peor para el medioambiente? Algunos estudios empíricos de cifras de distintos países muestran efectos positivos netos en indicadores de degradación como los referidos a contaminación del aire por dióxido de azufre. Pero también, la evidencia sugiere que el comercio y el crecimiento pueden exacerbar otras formas de degradación medioambiental, particularmente en cuanto a emisiones de dióxido de carbono, debido a que el CO2 es una externalidad que no se puede enfrentar sólo desde un nivel nacional.

La industria de la energía solar es un ejemplo perfecto de cómo el comercio puede beneficiar a la calidad del aire. Los escépticos de la energía solar han argumentado largamente que su participación en la generación eléctrica no puede incrementarse en unos pocos puntos porcentuales si no es con enormes subsidios, debido a que es demasiado costosa comparada con las alternativas. Los partidarios, en tanto, consideran que subsidios temporales moderados harían expandir la industria, con economías de escala y aprendizajes de procesos que provocarían una baja en los costos rápidamente.

El libre comercio en automóviles fue bueno para el medioambiente hace 30 años, cuando las billeteras y la calidad del aire estadounidense se beneficiaron como efecto en la producción de autos locales de la competencia que establecieron los vehículos japoneses de menor tamaño y más eficientes en combustible que los estadounidenses. Lo mismo es verdad para el comercio de equipamiento solar hoy día.

Los occidentales deberían agradecer a los productores de paneles chinos por su contribución para mantener viable la producción solar, y no penalizarlos a través de medidas proteccionistas antidumping.


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