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Un problema de arquitectura

Rafael Ariztía

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Rafael Ariztía

¿Se imagina si usted fuera a una tienda de retail, una farmacia o un supermercado y sólo le ofrecieran productos de marca propia? Usted probablemente seguiría de largo hasta un lugar en que pudiera ver muchas alternativas y elegir lo que realmente busca. Pues bien, lo que es obvio para tantas industrias, no lo es para la industria de administración de fondos mutuos en Chile.

¿Y por qué no? Por una razón muy simple. Los bancos, corredoras de bolsa y bancas privadas suelen privilegiar la venta de sus propios productos de inversión entre sus clientes, limitándoles el acceso a productos de otras administradoras locales. Es decir funcionan bajo "arquitecturas cerradas".

La razón económica es evidente: de esta manera pueden "rentabilizar" a sus clientes, ofreciéndoles todo tipo de productos de inversión (fondos mutuos, fondos de inversión, notas estructuradas, etc.), cuyas comisiones están normalmente implícitas en el producto y no claramente visibles para los clientes en sus cartolas. Demás está decir que estas comisiones suelen ser bastante elevadas.

¿Y cuál es el problema, dirá usted? Al final, si un cliente está descontento, siempre puede cruzar la calle y golpear en la puerta de enfrente. Cierto, pero poco probable, dada la complejidad de los productos y la dificultad de comparación entre ellos. Además de que existe un evidente conflicto de interés al ser asesor de un cliente y a la vez vendedor de productos, este conflicto se agrava cuando los productos ofrecidos son sólo los propios.

La consecuencia más visible de las "arquitecturas cerradas" es que los clientes son más cautivos de "su banco" y con ello los costos que enfrentan son más elevados y menos transparentes. En un mercado así, la competencia se da por capacidad de captación de clientes y no necesariamente por la calidad de los productos o la rentabilidad de éstos. Por ello, no es de extrañar que las administradoras de fondos más grandes sean las filiales bancarias, ya que su capacidad de "captación" de clientes está potenciada y subsidiada por su negocio de cuentas corrientes y créditos.

¿Es esta realidad algo particular de Chile? No. Esto es así en la mayoría de los mercados subdesarrollados, donde se mezcla un bajo nivel de competencia y una limitada sofisticación financiera de los clientes. En la medida que los mercados se desarrollan, surgen arquitecturas abiertas que son ampliamente beneficiosas para los consumidores. Y como siempre, bajo un ambiente de competencia, la innovación y la creatividad proliferan y los costos bajan. Es así como en Estados Unidos y Europa han proliferado productos como los ETF (Exchange Traded Funds) que, a bajísimo costo, permiten acceder a variadas clases de activos a inversionistas de todo tipo y tamaño.

Para graficar con más énfasis esta diferencia en los costos, basta mencionar que el costo promedio en Chile para un inversionista que pone sus fichas en acciones internacionales a través de fondos mutuos locales, supera el 3,5% al año. En cambio si lo hace a través de un ETF este número baja a un 0,5% anual.
La siguiente pregunta es, ¿por qué las personas no invierten a través de ETFs? La respuesta, seguro ya la instuye: simplemente porque no se los ofrecen... es mejor negocio vender fondos mutuos.

Si bien nuestro mercado financiero se ha desarrollado fuertemente durante las últimas decadas, en el mundo de las inversiones ha habido una divergencia importante. Los clientes informados y los institucionales acceden a productos de clase mundial a través de cuentas en el exterior o manteniendo múltiples cuentas locales.

Pero los inversionistas pequeños o los menos informados, sólo acceden a lo que la arquitectura cerrada de su "banco" le ofrece, y a costos muy elevados. Es de esperar entonces que los bancos, las corredoras de bolsa y en general los proveedores de servicios financieros, empiecen a pensar realmente que su beneficio no puede ir por un camino distinto del interés de sus clientes.

Así, debieran entender que una arquitectura cerrada no es sustentable en el largo plazo, y más vale empezar a transitar proactivamente por la vía de abrirse a la competencia y a la no discriminación de productos de terceros.

La alternativa puede ser esperar que la regulación lo fuerce, lo que normalmente resulta una solución subóptima, como bien lo pueden corroborar las Isapres.

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