En medio de las noticias desgraciadas que la guerra nos trae todos los días, el hallazgo del barco del explorador Ernest Shackleton en el fondo del mar de Weddell en la Antártida ha sido una brisa fresca. No deja de ser asombroso poder encontrar la embarcación casi intacta a tres mil metros de profundidad después de 107 años de su naufragio.
Es reconfortante el solo hecho que se acometa este tipo de aventuras, la organización científica detrás, la tecnología, el que haya financiamiento disponible, la curiosidad del ser humano materializada en una gesta.
El hallazgo del Endurance ha permitido en estos días volver a poner el foco en lo que fue a comienzos del siglo pasado la ambiciosa lucha por conquistar el Polo Sur de los expedicionarios británicos Shackleton y Scott y el noruego Amundsen.
Durante varias décadas las proezas de Shackleton quedaron en un segundo plano frente a las de su rival el capitán Robert Falcon Scott: fue este último durante años el ícono de los exploradores británicos, la isla se llenó de sus estatuas y los libros relataban sus hazañas.
Fue ya bien entrada la segunda mitad del siglo que comenzó a surgir una corriente más crítica de Scott y se empezó a reconocer el liderazgo en coyunturas especialmente difíciles que había tenido Shackleton.
“El peor gobierno de la historia” fue la calificación que la hoy ministra Camila Vallejo dio al gobierno saliente de Sebastián Piñera en sus horas postreras. Más allá de lo destemplada de la frase, engancha con un sentir generalizado de que no fue un buen gobierno.
Herido de muerte políticamente después del 18 de octubre del 2019, Piñera no pudo o no supo enfrentar el momento en que se fundió el descontento con la violencia creando un puzle que el gobierno nunca logro desentrañar. Es fácil constatar que no se utilizaron las herramientas adecuadas, muy probablemente no se tenían, para enfrentar los desafíos que surgieron de un día a otro.
Tampoco es claro qué es lo que se debió hacer, sabemos que lo que hizo fue totalmente insuficiente, pero estamos lejos de tener un buen diagnóstico sobre qué habría sido una gestión exitosa en esa coyuntura.
Por su lado el manejo de la pandemia es la contracara en la gestión Piñera. Según los datos disponibles, no se necesita ser un chovinista para constatar que la gestión del gobierno ha estado dentro de las mejores del mundo en este plano.
Salvo un exceso de optimismo en los meses iniciales (el que nace winner muere winner), el resto del manejo solo puede ser calificado de impecable. Dos desafíos enormes para Piñera y un gobierno con resultados totalmente disímiles.
Es difícil saber cómo lo tratará la historia con esta dualidad de resultados, pero hay un aspecto adicional que suele soslayarse. Piñera en un momento crítico defendió la democracia chilena al resistirse frente al claro intento de derrocamiento del que fue objeto.
Hoy eso se trata con desdén, “Piñera se salvó a sí mismo”, creo que en algunos años más la apreciación será muy distinta sobre lo que hubiese significado para Chile la caída del Presidente. No sería la primera vez que la apreciación histórica termina siendo distinta de lo que muchos pensaron en su momento.
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