En uno de esos rituales democráticos que dan sana envidia, la jueza Ketanji Brown se sometió durante cuatro días a audiencias en el Senado estadounidense para su confirmación como miembro de la Corte Suprema.
Si la nominada por Biden es finalmente confirmada en las semanas que vienen, se convertirá en la primera afroamericana que llega al principal tribunal de su país. Si bien la liturgia democrática estadounidense muestra todas sus bondades de transparencia y acuciosidad, también aparece sin ambages la cara menos amable.
Aunque los republicanos tienen incentivos naturales para ser duros e inquisitivos frente a la nominada por un presidente demócrata, la agresividad, y en algunos casos el desdén, en sus preguntas solo se pueden entender dado el hecho que enfrente tenían a una mujer negra.
Era difícil de ver las sesiones sin percibir un solapado tufillo racista en muchas de las intervenciones.
El término “woke” en la cultura americana surge dentro del mundo afroamericano a partir de la frase “stay woke” (“quédate despierto”) como una forma de reflejar los problemas sociales y políticos que afectaban a la comunidad. Los sinsabores de los interrogatorios a Ketanji Brown están en el corazón del origen del concepto.
Como el lenguaje es un elemento vivo e incontrolable, a través de los años, “woke” se extendió más allá de sus orígenes y hoy es usado, para reflejar toda una cultura de izquierda preocupada por situaciones identitarias, muchas veces de nicho e inmersas en un ambiente de baja tolerancia hacia quien piensan distinto. Hoy el término es usado muchas veces en forma irónica para describir ese tipo de comportamientos.
Nuestra cultura woke chilensis está funcionando a todo vapor y solo sería una moda más si no estuviéramos escribiendo una Constitución con hoja en blanco. Las fuerzas prevalecientes en la Convención parecen estar empeñadas en que Chile deje de ser el país que es.
Parecemos encaminados a un diseño que lesionará gravemente la unidad territorial del país y donde se establecen una serie de disposiciones y estructuras donde los chilenos y chilenas dejaremos de tener los mismos derechos y obligaciones.
Sistema judicial distinto para pueblos originarios que para el resto de la población, escaños reservados en todo tipo de cuerpos del Estado, son parte de la receta que se está cocinando. Nos distrajimos un momento y todo pasó a ser plurinacional.
Pocas personas niegan que han existido abusos y discriminación en el pasado con el mundo indígena, pero cuesta creer que algo bueno salga de este movimiento pendular.
Probablemente por la dinámica política la Constitución terminará siendo aprobada, pero si en el tiempo una mayoría de la población percibe que hay un grupo de chilenos que tiene reglas distintas que el resto, la reacción no se dejará esperar. Y dado que no habrá herramientas legales, lo probable es que se profundice la discriminación y racismo hacia quienes serán percibidos como injustamente privilegiados.
Como muchas veces ocurre, los intentos de proteger a grupos individuales terminan finalmente perjudicándolos, pues las fuerzas de la sociedad operan más allá de lo que digan las regulaciones. Frente a este escenario, más que quedarse despierto dan ganas de quedarse profundamente dormido.
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