David Steindl-Rast es un monje benedictino de 87 años conocido en el mundo por destacar la importancia de la gratitud: “es el camino más directo que conozco a la felicidad”. Pariente cercana de la justicia, la gratitud es el sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera. Su práctica habitual es, según Steindl-Rast, sencilla, al alcance de todos y promisora de grandes beneficios. La palabra “gracias” es una de las 3 que componen el vocabulario básico para darse a entender en país extranjero (las otras dos son “sí” y “perdón”). Estas tres tienen en común la generación de un vínculo de confianza, amistad y alegría. Con razón se las reencuentra en los grandes sacramentos de la vida cristiana: el “sí” requerido para bautizarse, confirmarse, ordenarse sacerdote y contraer matrimonio, el “perdón” implorado en la Confesión, y la “acción de gracias” que da su nombre a la Eucaristía.
El religioso benedictino, que acaba de ofrecer charlas en nuestro país, ejemplifica esta virtud mediante el acto simple de beber un vaso de agua. Nos parece algo normal, elemental. Olvidamos que más de la mitad de la población del mundo no tiene agua que sale del grifo y tiene que caminar kilómetros para conseguirla. O en la mañana, al despertar y abrir los ojos, vemos lo que hay y sucede alrededor, sin pensar en los 40 millones de ciegos que se orientan sólo por el tacto y la audición. Steindl-Rast: “estamos siempre pensando en lo que queremos tener, y no en lo que tenemos. Si hacemos pequeñas pausas durante el día podremos ver que la vida nos da constantemente regalos y que normalmente los desperdiciamos”.
En la celebración eucarística, el sacerdote invita a la comunidad a dar gracias al Señor. La asamblea responde: “es justo y necesario”. Y el celebrante reafirma: “en verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación dar gracias, en todo tiempo y lugar”. ¿A Dios? Por supuesto, Él es la fuente de todo bien. Pero también a los hombres que, como instrumentos de la divina Providencia nos dan algo a lo que no teníamos estricto derecho. O nos lo dan en forma tal que trasparenta la superioridad del gratuito amor por sobre la estricta justicia.
Dar gracias siempre y por todo, como manda san Pablo, nos inmuniza contra tres probadas enemigas de la felicidad. Contra la soberbia: ¿qué tengo que no lo haya recibido? Contra la envidia: tengo y disfruto lo que necesito y merezco. Contra la depresión: soy un regalón que tiene mucho más que agradecer que lamentar.
Agradecer hace bien al que agradece, y hace bien a su benefactor. La gratitud no tiene contraindicaciones ni daños colaterales. Hace feliz. A todos.