Con su enorme sombrero de paja y su lápiz amarillo gigante, Pedro Castillo ha surgido de la nada para convertirse en una de las figuras más reconocidas de la política latinoamericana en las últimas semanas, y parece estar listo para convertirse en el próximo presidente de Perú.
Pero más allá de las llamativas fotografías de él arando campos en los Andes con bueyes, avivando el fuego de leña en su modesta vivienda de montaña y cabalgando a su colegio electoral local, Castillo sigue siendo en gran parte un incógnito.
Da pocas entrevistas y se ha negado a hablar con el Financial Times. Nunca ha trabajado en el gobierno y hasta ahora era más conocido por liderar una huelga de profesores en 2017.
Y, sin embargo, los resultados de las elecciones presidenciales de este mes sugieren que se ha asegurado una victoria épica. Con solo un puñado de votos disputados por contar, lidera a su rival Keiko Fujimori por 50.000 votos, 50,1% a 49,9%. Si sus acusaciones de fraude electoral son desestimadas y se confirma el resultado, Castillo jurará el 28 de julio como uno de los líderes más improbables en la rica historia de Perú.
Gran parte de la confusión que rodea a Castillo se debe a su cambio de política durante la campaña. En un minuto era un orador demagógico radical, decidido a nacionalizar empresas y destrozar la Constitución peruana de 1993; al siguiente, estaba tratando de aliviar a la élite aterrorizada del país que no tenían nada que temer de él. Nadie sabe qué esperar.
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Haciendo campaña, sabe cómo encender una multitud. Su simple mensaje -"no más gente pobre en un país rico"- resonó entre millones de votantes oprimidos en aldeas empobrecidas de Los Andes y la cuenca del Amazonas.
"Es uno de nosotros", dijo Edith Vega mientras compraba comida en el pueblo de Chota, cerca de donde nació Castillo. "Él sabe cuáles son nuestros problemas, y no son solo los problemas de Chota, son los problemas que enfrenta la mayoría de los peruanos".
En los debates presidenciales, Castillo se mostró tranquilo y educado, pero ofreció poco en cuanto a política. En sus pocas entrevistas con los medios locales, a veces estaba desesperadamente fuera de su alcance, particularmente cuando hablaba de economía.
"Pedro Castillo es un desastre cuando tiene que explicar sus ideas pero es sensacional cuando reduce su mensaje a una sola frase: ricos contra pobres, la riqueza de los de la costa versus la pobreza de los de Los Andes, los desposeídos contra los que lo tienen todo", dijo Rodolfo Rojas, analista político de Sequoia, una consultora en Lima.
"Él es un maestro que tuvo una educación pobre y se nota. Para dar un ejemplo, ha tenido problemas para explicar la diferencia entre el presupuesto nacional y el Producto Interno Bruto".
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Castillo nació en 1969 en la pequeña aldea de Puña en la región andina norteña de Cajamarca, en algunos aspectos la más pobre del país.
"Soy de un área vecina y sé algo de las dificultades que hay allí", dijo Modesto Montoya, un científico peruano y parte del equipo de asesores de Castillo. "En mi pueblo conocí a niños como Pedro que caminaban durante horas para llegar a la escuela. Cuando entraron en contacto con las ciudades, tomaron conciencia de las injusticias y la desigualdad de oportunidades que aún existen en el Perú. Eso fue lo que llevó a Pedro a querer cambiar el país".
El tercero de nueve hijos, Castillo fue a una escuela local, ayudó a sus padres a cuidar sus cultivos, se formó como maestro y se casó con su novia de la infancia, con quien tiene dos hijos. Enseñó en una escuela primaria rural.
Se convirtió en un rondero, los campesinos vigilantes nocturnos que, en ausencia del Estado durante los días oscuros de los años setenta y ochenta, formaron sus propios grupos de protección comunal, patrullaron Los Andes e impartieron justicia a veces brutal a quienes consideraban criminales, incluidos los guerrilleros izquierdistas de la organización Maoísta Sendero Luminoso.
Las personas que lo conocen dicen que, como muchos aldeanos de las montañas, es un conservador social. "Está profundamente arraigado en la cultura andina", dijo uno, y agregó que es poco probable que Castillo defienda los derechos de los homosexuales, la liberación de la mujer o una relajación de las leyes sobre el aborto.
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Su primera incursión en la política se produjo en 2002 cuando se presentó sin éxito a un puesto de alcalde en Perú Posible, el partido del entonces presidente Alejandro Toledo.
Quince años después reapareció, esta vez al frente de un sindicato de profesores en huelga.
Las pobres raíces andinas de Castillo han llevado a algunos a compararlo con el expresidente de Bolivia, Evo Morales, pero Montoya dice que la analogía está equivocada. "Lo veo más como un Pepe Mujica", dijo, refiriéndose al presidente izquierdista de Uruguay de hace una década. "Es un hombre sencillo y honesto".
El problema es saber qué haría este hombre sencillo y honesto en el gobierno. ¿Quién trabajar en su gabinete y quién lo asesoraría? Si bien niega rotundamente que sea comunista, su partido, Perú Libre, está encabezado por un ideólogo marxista formado en Cuba, Vladimir Cerrón. No está claro quién tomaría las riendas del poder.
En marzo, Castillo concedió una entrevista a la televisión local en la que dijo que quería "reactivar la economía, renegociar los contratos, nacionalizar Camisea (un proyecto de gas), eliminar los fondos de pensiones privados y devolver dinero a los trabajadores peruanos".
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Confirmó que como presidente se sentaría con empresas mineras extranjeras para exprimir más dinero de ellas, incluso hasta el punto de sacarlas del país.
"Me imagino que al final de la conversación las multinacionales van a hacer las maletas y dirán '¿sabes qué? Me voy de aquí' y el pueblo (peruano) dirá 'está bien, te puedes ir porque queremos empresas que vengan e inviertan y negocien con el Estado'", dijo Castillo.
Como señaló la consultora británica Teneo, Castillo llegaría al poder "con un mandato inestable... una falta de experiencia y una tendencia a la improvisación, un programa de políticas sin costos... una posición débil en el Congreso y un rival radical de su liderazgo dentro de su partido".
Como el propio viaje de Castillo a la mesa de votación en la primera vuelta de las elecciones en abril, cuando desfilaba por las calles de Cajamarca en un caballo asustadizo, promete ser un viaje difícil.
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