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Chile enfrenta su propio fantasma de populismo

Chile dio las primeras señales de la ira de la clase media global en 2011, cuando los estudiantes salieron a las calles en protestas masivas que reflejaban el descontento amplio por los altos niveles de desigualdad.

Por: Benedict Mander, Financial Times | Publicado: Martes 22 de noviembre de 2016 a las 04:00 hrs.
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Los manifestantes en Chile han quemado buses, instalado barricadas en las calles e incluso ingresado al Congreso este mes para expresar su ira contra una institucionalidad que, dicen, sigue fallándoles, gatillando preocupaciones por otro remezón populista en América.

“Chile parece estar listo para un tipo de solución populista al desencanto”, dice Robert Funk, cientista político de la Universidad de Chile, quien argumenta que las mismas fuerzas que llevaron al Brexit en el Reino Unido y al gobierno de Donald Trump en EEUU están en el país.

Ello sería un giro importante para Chile, conocido por su seriedad y visión de largo plazo, como el país mejor administrado en América Latina. Pero Chile dio las primeras señales de la ira de la clase media global en 2011, cuando los estudiantes salieron a las calles en protestas masivas que reflejaban el descontento amplio por los altos niveles de desigualdad.

En reacción, cuando la presidenta Michelle Bachelet obtuvo una victoria con amplia ventaja hace tres años, su coalición de izquierda prometió pasar una “retroexcavadora” al famoso modelo de libre mercado chileno e introducir reformas profundas.

No obstante, el descontento por la injusticia social sigue siendo transversal. La economía se ha desacelerado dramáticamente, con el crecimiento llegando a apenas 2% anual, mientras ha habido pocos cambios al nivel de desigualdad, cuando el efecto de las reformas aún no se nota. Bachelet ha visto su popularidad desmoronarse.

“Aquí, allá (en EEUU) y en todos lados es un remezón contra el modo de pensar tecnocrático que comenzó en los ‘80 y ‘90, pero los resultados pueden terminar siendo similares a lo que generó ese modo de pensar: la regresión democrática y las malas políticas económicas”, añade Funk.

La tensión se nota en las protestas callejeras, las más recientes contrarias a un sistema privado de pensiones pionero que ha sido imitado en todo el mundo, pero hoy paga menos que el sueldo mínimo al pensionado promedio.

Los índices de abstención históricamente bajos en las elecciones municipales el mes pasado -al igual que el de las recientes elecciones locales en Brasil- también dejaron a la vista el nivel de desilusión entre los votantes, apenas un tercio de los cuales asistió a las urnas.

Ahora se teme que el colapso de la legitimidad y la desintegración del sistema bipartidista que ha gobernado a Chile desde el retorno de la democracia en 1990 podría abrir el camino para los políticos de afuera. Por ejemplo, un joven líder estudiantil sorpresivamente ganó la alcaldía de la segunda mayor ciudad chilena en las elecciones recientes.

“Hay un desencanto profundo con el establishment en Chile, pero eso no significa que las personas quieran que el sistema sea completamente modificado”, dice Jorge Burgos, quien renunció al Ministerio del Interior este año tras tener desacuerdos con Bachelet. “La clase media ha crecido muchísimo y sólo quiere seguir creciendo”, añade.

Chile rechazó el populismo hace décadas y en cambio vio instalarse un modelo neoliberal bajo la dictadura de Augusto Pinochet. Desde entonces, la mayoría de los políticos han buscado suavizar los bordes de un modelo que bajó radicalmente la pobreza, en vez de destruirlo.

“En vez de una retroexcavadora, la tarea del próximo gobierno es instalar una grúa para reconstruir el país y mejorar las oportunidades. Sí, es necesario que haya mayor justicia social, pero construyendo sobre el pasado, no destruyéndolo”, dice Cristián Larroulet, un economista que trabajó como jefe de gabinete del presidente Sebastián Piñera.

Quienes respaldan al gobierno admiten abiertamente los errores cometidos durante los últimos tres años. La coalición oficialista se mareó por una mayoría sin precedentes en el congreso. Eso llevó a que Bachelet se apresurara al impulsar reformas complejas, como un aumento en los impuestos corporativos para pagar educación gratuita, sin discutirlas lo suficiente.

“Nadie argumenta que las reformas tributaria y educacional no fueran necesarias, pero la forma en que se implementaron fue pobre”, dice Ignacio Walker, un senador líder de la coalición de Bachelet. “Generaron mucho ruido, usaron lenguaje inapropiado y faltó conocimiento técnico” añadió.

Adicionalmente, el consecuente colapso en la confianza de las empresas se sumó al golpe que recibió la economía chilena por la caída en los precios del cobre, justo cuando necesitaba más la confianza. Eso llevó a una caída en la inversión privada.

Las reformas de Bachelet también fueron debilitadas por una serie de escándalos de corrupción, incluido uno que involucró a su propio hijo, quien fue acusado de utilizar influencias políticas para un acuerdo de negocios. “Eso fue muy dañino para la imagen de Bachelet. Fue un golpe del que nunca se recuperó”, dice Burgos.

No obstante, Guillermo Larraín, un economista y coautor de El Otro Modelo, un libro que inspiró muchas de las reformas, espera que quien siga a Bachelet consolide los cambios que ella inició.

“Chile es como EEUU: los instrumentos que se han estado utilizando por mucho tiempo no son creíbles para enfrentar los problemas que trae la globalización”, dice. “A pesar del hecho de que algunas de las reformas (como educación e impuestos) necesitan ser reformadas también, una vez que esos cambios se introduzcan tendremos una mejor situación”.

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