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No es ciencia-ficción: El ciberataque y la civilización tecnológica

Por Luca Valera *Profesor de la Facultad de Filosofía y Centro de Bioética de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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No es ciencia-ficción, es la realidad. El ciberataque es realidad, aunque no presente "materialidad" alguna. En la época de la civilización tecnológica, lo virtual se transforma en real, y, al revés, lo real se trasforma en algo intangible. Y surge así la palabra internet of things: el "internet de las cosas".

Todos somos parte de una red, y lo que hacemos aquí y ahora (hic et nunc, decían los clásicos) puede cambiar la vida de una persona que vive en otra parte del planeta. Este fenómeno recibe varios nombres: los científicos lo llaman "efecto mariposa"; los sociólogos, "globalización digital" o "sociedad líquida"; los filósofos, "ausencia de barreras". Más allá de los nombres, las nuevas tecnologías y, sobre todo, la "revolución cibernética" implicada en ellas, están cambiando nuestra vida, y, con ella, nuestra visión del mundo. Pero cabe plantearnos la siguiente interrogante: ¿La están cambiando o la estamos cambiando? Solemos inclinarnos por la primera respuesta, probablemente; la segunda alternativa es algo todavía in fieri.

El punto es que debemos cambiar la mencionada visión, y todavía estamos muy atrasados. Los desarrollos científicos y tecnológicos viajan a una cierta velocidad, mientras que nuestra capacidad de interpretación de estos hechos –nuestra capacidad de juicio moral– está totalmente atrasada, como si viviésemos en otra época. Conocemos los hechos –y sabemos todo de todos, porque estamos sobrecargados de informaciones–, pero no los entendemos. Es por esto que los pensadores afirman que el ser humano es un ser obsoleto; obsoleto porque las tecnologías lo están transformando en un ser anticuado frente a sus productos –no es necesario pensar en el "transhumanismo" o "posthumanismo" para darse cuenta de eso–, y también porque nunca es up-to-date con sus reflexiones y sus lecturas de la realidad. Los filósofos, en este sentido, tienen una gran culpa, ya que no se involucran con la actualidad (ya sea ayudando a las personas a interpretar, ya sea ayudándolas a tener un claro juicio de lo que está pasando).

La manera de entender la civilización tecnológica es un ejemplo más que claro de lo anterior: nuestro ambiente es un ambiente tecnológico –vivimos en un mundo de productos tecnológicos– y seguimos pensando que dichos productos son algo "neutral" a nivel ético; que nuestra interacción con ellos es algo que cae bajo nuestras decisiones, que podemos prescindir de ellos. Pero no es así. La tecnología no es algo neutral, si la interpretamos como nuestro ambiente de vida. Ya no se puede decir, como solíamos afirmar, "El televisor no es ni bueno ni malo, depende del uso que hacemos de ello"; porque la tecnología no es algo distinto de nuestro mundo de vida: precisamente coincide con ello. Y nuestras acciones no tienen una vida ajena a las nuevas tecnologías, ya que interaccionamos constantemente con ellas. Nos comunicamos a través de las tecnologías (ya no es raro ver un grupo de amigos reunidos en el mismo lugar sin dejar de lado el celular), trabajamos a través de ellas (muchos trabajos son totalmente automatizados), gestionamos nuestros recursos a través de ellas mismas (como ha mostrado el ciberataque, el internet banking puede ser una ventaja o una desventaja)... Y la palabra "wasapear" ha sido reconocida por la Real Academia Española (¡y por el computador! Ninguna línea roja subraya dicho término...).

Estamos ignorando, quizás, que las nuevas tecnologías llevan consigo una promesa y un peligro. Tienen dos rostros, como el dios Jano del panteón romano. Llevan consigo una promesa: la de mejorar nuestras vidas, de lograr una calidad de vida más adecuada a nuestras expectativas, o la de vivir "mejor que bien"; y, por ende, la promesa de extender nuestra existencia. De cierta manera, los últimos desarrollos tecnológicos –sobre todos los relacionados con las "biotecnologías"– están logrando todo esto: En determinados aspectos tenemos una vida cualitativamente mejor que la que tuvieron nuestros abuelos, con muchas comodidades y ventajas; una vida más duradera y completa (por lo menos materialmente). Por otra parte, el gran peligro que está relacionado con las nuevas tecnologías –la posibilidad de destrucción de nuestra especie y del planeta que habitamos, como ha mostrado la segunda guerra mundial y como muestran las declaraciones relacionadas con el cambio climático y el calentamiento global, entre otros– nos lleva a preguntarnos por la actitud que tenemos que adoptar frente a dichas tecnologías, y a tratar de cambiar un poco nuestra mirada.

La noticia reciente del ciberataque mundial nos ha mostrado una vez más la cara más oscura de la tecnología, es decir, su potencial peligrosidad y su constante omnipresencia en nuestras vidas. Pero precisamente dicha amenaza tiene que ver con una de las características de las nuevas tecnologías: la capacidad de actuar conjuntamente, como una red. Cada parte de la red tiene sentido porque interactúa con las otras partes, como un todo conectado: Internet of things. No son necesarias las películas para explicarnos la realidad en la que vivimos, porque "Avatar" o "Trascendence" son ya realidad.
Las nuevas tecnologías se caracterizan, así, como un sistema potencialmente autónomo, autorregulado y autosuficiente, es decir, independiente del impulso humano. Poseen una vida propia, sin la necesidad de que alguien esté allí, controlando y haciendo funcionar el medio tecnológico (esto es efectivamente el secreto del TAG, por ejemplo). Se trata de un bien, de un logro importante, pero, al mismo tiempo, de un peligro. Estamos frente a la amenaza de un producto que "vive su propia vida", con un cierto grado de autonomía, y que será capaz, dentro de pocos años, de adaptarse al ambiente, exactamente como hace la especie humana: respondiendo a estímulos y elaborándolos.

Así son las nuevas tecnologías. Esta es la cara que están mostrándonos. La cara más inquietante, como hemos dicho: una cara totalizante, que quiere invadir nuestras vidas. Y mostrando este lado, esconden otro (precisamente como Jano): la cara humana. No sabemos quién desarrolló este virus, quién entró en nuestra privacy (o en la vida privada de muchas otras personas) sin pedirnos el permiso, sin mostrarse en toda su carnalidad. Un ladrón que robaba en nuestros hogares tenía que entrar físicamente, manifestar su corporeidad... ahora ya no. La seguridad no es la seguridad de mi morada. Porque ya no vivimos en un lugar definido por cuatro paredes, sino que en un mundo que nos llama constantemente "afuera". Acá se juega la ambivalencia de las nuevas tecnologías y de los cambios globales que estamos viviendo: llaman hacia afuera a alguien que no puede hacer otra cosa que vivir adentro, es decir, al interior de su intimidad y humanidad. El hombre habita el mundo y lo transforma en su casa, delimitando su morada.
Pero no se puede salir ni habitar el "nuevo mundo" sin esta conciencia. Por eso necesitamos de una buena reflexión sobre las nuevas tecnologías, para desarrollar antivirus, firewall y todo lo necesario para proteger nuestra identidad; para morar en este mundo y no permitir que en el ciberespacio la redes se coman no sólo nuestros recursos (económicos, personales...), sino también nuestra identidad humana, transformando el mundo –real o virtual– en algo totalmente inhabitable; es decir, inhumano.

Epílogo

Mientras estoy escribiendo estas líneas, me entero de otro ataque: el atentado en Manchester Arena. Acá no se habla de un ataque informático, que a lo mejor nos deja sin recursos materiales y, al mismo tiempo, bastante decepcionados (sin morada). Hablamos de un ataque a nuestra dignidad, que marca dramáticamente el final de muchas existencias de seres humanos, con rostros, deseos, proyectos y esperanzas, en manos de aquellos que esconden su cara, porque mostrar el rostro ya supone un síntoma positivo o un pequeño atisbo de una humanidad.

Es verdad que para deshumanizarnos no son necesarias las nuevas tecnologías, en el sentido de que podemos "lograrlo" por nosotros mismos. Es también verdad que el terrorismo es una red –una "web de maldad"– que no conoce confines. Y considerando esta premisa es que hay que trazar ese finis, también a nivel político, porque el ser humano no puede vivir sin paredes (reales o simbólicas) que de-finan su morar; es decir, su humanidad.

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