Axel Kaiser

Estatismo versus democracia

La literatura económica ha probado largamente que para la

Por: Axel Kaiser | Publicado: Martes 22 de julio de 2014 a las 05:00 hrs.
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La literatura económica ha probado largamente que para la existencia de una democracia sólida el crecimiento económico y por tanto la libertad económica son fundamentales. La protección férrea de los derechos de propiedad, una moneda estable, cuentas fiscales ordenadas, regulaciones amigables con el emprendimiento y los negocios e impuestos moderados son los elementos centrales de cualquier país que pretende desarrollar su verdadero potencial y evitar el cáncer populista.

Adam Smith sería quien más famosamente elaborara estas ideas en su obra Una investigación acerca de las causas de la riqueza de las naciones. En ese extraordinario libro, que fundara la ciencia económica moderna, Smith observó que el bienestar de la población se conseguía de la mejor forma dejando a las personas actuar en un régimen de “libertad natural”. Las personas, sugirió Smith, persiguiendo sus objetivos, entrarán en relaciones de colaboración voluntaria que terminarán generando resultados beneficiosos para toda la sociedad que no fueron parte de su intención original. Esa es la famosa mano invisible que nunca han logrado entender los socialistas.

Si usted va a comprar un café, entra en una relación de colaboración voluntaria en que el vendedor del café satisface una necesidad suya a cambio de que usted, dando una parte de lo que ha producido, satisfaga una de él. Como resultado usted tiene un café y el cafetero lo que quería tener. En otras palabras, los dos ganan. Pero además se genera empleo en ambos lados del intercambio, lo cual permite un aumento de la productividad, de los ingresos y en definitiva de la calidad de vida de la población en general. Y todo ello surge de manera espontánea, es decir, sin una autoridad central que esté dirigiendo a las personas en sus acciones y decisiones. Más aun, según Smith, la autoridad que pretendiera dirigir las decisiones económicas de las personas caería en una falsa pretensión de conocimiento de desastrosas consecuencias.

Pero el mismo Smith advirtió también sobre el peligro de que los grupos de interés - empresarios, sindicatos u otros- se arreglaran con políticos y burócratas de forma de obtener beneficios a través del Estado. Un sistema así, pensó Smith, haría a casi todos más pobres mientras beneficiaba injustamente a unos pocos. James Madison, un seguidor cercano de la ilustración escocesa a la que pertenecía Smith, pensaba que las facciones, es decir, los grupos de interés, no solo tenían el potencial de arruinar la economía, sino que podían terminar por destruir un sistema democrático.

Chile fue el mejor ejemplo de ambas cosas. El colapso de la democracia en 1973 resultó de la ruina de la economía bajo el gobierno de la Unidad Popular. Mas el proceso de destrucción de la economía empezó mucho antes de Allende. Luego de la gran depresión de los años 30 el país comenzó a aplicar el modelo de sustitución de importaciones a lo que se sumó un estatismo benefactor cada vez más agresivo. Confirmando los temores de Madison y Smith sobre los efectos de la captura del Estado por grupos de interés, Chile se convirtió en lo que la literatura económica llama “sociedad buscadora de rentas”.

Durante décadas en nuestro país los diversos grupos de interés lucharon frenéticamente por obtener beneficios del Estado azuzados por una clase política que los otorgó generosamente para mantenerse en el poder. Mientras tanto, la población en general sufría los estragos de la pobreza, la inflación, el desempleo y el desabastecimiento creciente. Y como nadie se atrevía a tocar los privilegios ya otorgados, los problemas causados por la expansión del Estado se intentaron resolver con más intervencionismo estatal. Hasta que todo reventó.

Hoy, parece que Chile ha olvidado la lección que dejó la destrucción de su democracia de manos de una clase política irresponsable y demagógica. Nuestros políticos, salvo excepciones, se han embarcado, una vez más, en la lógica antidemocrática de convertir al Estado en un botín del cual todo el mundo espera poder vivir a expensas de todos los demás.

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