Con bastante liviandad se habla, escribe y teoriza sobre la existencia de una crisis institucional en el país, sus causas y sus alcances, y se propone como camino de solución la convocatoria a una asamblea constituyente capaz de resolver las falencias de legitimidad existentes. Es el vértigo de la refundación, que atribuye a la voluntad política una suerte de capacidad palingenésica de renovar todas las cosas. Pero como lo demuestra la historia, ese camino suele ser un espejismo, que desemboca en experimentos autoritarios.
No cabe duda que el país atraviesa por una coyuntura delicada, que las instituciones han perdido credibilidad y que la ciudadanía mira con recelo el desempeño de las autoridades y de los principales agentes del sector privado. La desconfianza se ha instalado entre nosotros, incrementada por las conductas indebidas que revelan un cruce de intereses privados de algunos políticos con algunos empresarios.
Los ciudadanos asisten a una suerte de teleserie que va revelando progresivamente dimensiones oscuras y desconocidas del poder. La democracia es el mejor sistema de gobierno, pero no está inmune a la corrupción y al deterioro de los valores y principios que le sirven de fundamento. En diversas latitudes se advierten sus falencias, sus heridas y su dificultad para responder a las inquietudes y esperanzas de las nuevas generaciones. Y el símbolo de ese desencuentro es la corrupción. Basta con mirar a países como México, Venezuela, Perú, Brasil, Argentina, España y Francia, por citar sólo algunos. Y ahora le tocó el turno a Chile.
Importante es distinguir la corrupción sistémica o ligada al crimen organizado de aquella derivada de una seguidilla de malas prácticas. En Chile la corrupción no está en el ADN ni del esquema económico, ni del sistema político. Por algo ocupamos el lugar 21 en el Índice de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional. El problema debiera ser más fácil de enfrentar y resolver, siempre que exista la sensibilidad para percibir la peligrosidad del contagio y la voluntad de actuar sin otra consideración que el bien común de la sociedad .
Nos encontramos en medio de un mar proceloso, que nos acompañará por un tiempo. Nada indica que venga la bonanza. Parte importante del curso de los acontecimientos depende de los fiscales y los jueces, que en situaciones como la actual cobran un protagonismo indiscutido. De sus decisiones pende el rumbo del país. Lo importante es que la sociedad, los medios de comunicación, los actores políticos y económicos y el sistema institucional les permitan trabajar sin presiones indebidas.
Como ha recordado recientemente Fukuyama, este tipo de problemas no pueden enfrentarse obviando la verdad. Es fundamental que el derecho opere en plenitud, que se conozca lo ocurrido y se aplique la ley a quienes resulten responsables de irregularidades o delitos, según corresponda. Puede ser difícil, incluso amargo para muchos. Pero no hay otro camino. Si, por el contrario, las instituciones se entrampan, entonces sí que la tormenta se agiganta. Por eso ha sido tan relevante que por fin el Servicio de Impuestos Internos (SII) haya presentado las querellas y denuncias ante el Ministerio Público para que éste pueda seguir sus investigaciones sin cuestionamientos.
Sin interferir en el curso de la justicia, hay que lograr los acuerdos necesarios para elevar los estándares de probidad en la vida pública y en el funcionamiento del mercado, corrigiendo prácticas indebidas. La fórmula es simple: fiscales y jueces ocupados del pasado, políticos corrigiendo el rumbo del futuro. El país demanda una clara conducción política que abra una nueva etapa en el país para resanar la democracia.
Lo que el país necesita es un remedio proporcional a la enfermedad. No tratamientos que por sobredosis curativa hacen colapsar al paciente. Lo que Chile necesita es dar un nuevo salto significativo en materia de transparencia y probidad tanto del sector público como privado. Esa agenda transformadora está bien definida. Se sabe lo que hay que hacer. Lo que falta es la decisión y la voluntad para llevarla adelante.