Click acá para ir directamente al contenido
Columnistas

Cultura del miedo versus cultura del cuidado en las empresas

Past President USEC

Por: Equipo DF

Publicado: Miércoles 1 de junio de 2016 a las 04:00 hrs.

Cuando miramos la evolución que ha tenido la gestión de empresas en los últimos años, es gratificante constatar cómo ha ido creciendo la conciencia de que el sentido de cualquier negocio son y serán siempre las personas. Si antes el rol económico de la empresa era el único con un peso real y lo demás era maquillaje, ahora el rol social, humano y medioambiental son igualmente relevantes en muchas organizaciones.

Sin embargo, pese a los avances, aún queda mucho por hacer. Los cambios culturales cuestan. La inercia es poderosa. Tendemos a apegarnos a nuestras certezas y a las fórmulas que nos han dado resultado. Y cuando éstas fallan, nos desconcertamos. Transformar la cultura empresarial es desafiante porque cualquier cambio implica un menor o mayor grado de incertidumbre. Y ésta a su vez, conlleva temor a lo desconocido, a lo que no controlamos.

En relación a ello, rechazo provocaron las palabras del CEO de una importante compañía internacional del rubro energético, con presencia en Chile, quien en el marco de una exposición ante un grupo de estudiantes universitarios italianos, señaló que la estrategia adecuada para implementar cambios profundos en una organización era “inspirar miedo”. Afirmó que había que ser implacables con quienes se opusieran a los cambios que quería implementar la dirección, castigándolos de manera ejemplar, al mismo tiempo que se coloca en posiciones clave a quienes se muestren favorables a los nuevos lineamientos, para que lideren las transformaciones al interior de la compañía.

En efecto, una estrategia como esta envía un mensaje potente, que marca la cultura de una compañía. Pero ¿qué mensaje? Que la experiencia profesional y la opinión de los colaboradores no son relevantes. No interesa recoger su aporte, ya que éstos son sólo instrumentos de una orquesta que debe moverse al son de las directrices corporativas. Otro mensaje es que quien tenga una opinión divergente, no sólo no será tomado en cuenta, sino que será castigado. Es decir, sólo los yes man tienen cabida. La cultura del miedo, de la jaula de oro para quienes reciben elevados salarios y bonos a cambio de hacer lo que se les pide, aunque esto contradiga su buen juicio, su experiencia y a veces, sus principios. ¿Qué tan extendida está aún esta trasnochada forma de gestionar empresas?

Hoy, que entramos en tierra derecha de la denominada “Cuarta Revolución Industrial”, en la que el asombroso avance científico y tecnológico está cambiando el mundo tal como lo conocemos, esta obsoleta forma de hacer empresa no tiene ninguna cabida. En la última cumbre del Foro Económico de Davos, llevada a cabo en enero del presente año, y cuyo tema de fondo fue precisamente las transformaciones que implica para la economía del mundo esta Cuarta Revolución Industrial, se mencionaron las principales habilidades que serán necesarias para el entorno laboral del 2012: la resolución de problemas complejos, la capacidad de pensamiento crítico y la creatividad. Todas ellas, se despliegan mucho mejor, en ambientes de trabajo colaborativos, en grupos heterogéneos y diversos en cuanto al perfil y a los talentos, en espacios lúdicos donde hay permiso para el ensayo y error, para proponer ideas y proyectos propios. En fin, espacios laborales en los que la persona es más importante que la gestión que realiza, y se reconoce en cada uno un valor único, un tesoro de conocimiento y creatividad que sólo entregará si se siente motivado, comprometido y partícipe de cada aspecto del proyecto empresarial.

¿Dónde reside el sentido del trabajo? No en un cheque a fin de mes. No en el prestigio de un cargo elevado. Sino que en sentir que se realiza un aporte concreto a la sociedad, desde el trabajo de cada quien, que nadie podrá realizar de igual manera. Las personas serán más proclives a entregar lo mejor de sí, cuando se sienten tomadas en cuenta y que se confía en ellas, cuando se les permite pensar por sí mismas, cuando hay diálogo y respeto. También cuando se evalúan otros aspectos ajenos al bottom line. Una “cultura del cuidado”, tanto del ecosistema natural, como del ecosistema humano.

Te recomendamos