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DF Conexión a China | China y la venganza de la geopolítica

Edward Luce, © 2023 The Financial Times Ltd.

Por: Edward Luce | Publicado: Martes 25 de julio de 2023 a las 04:00 hrs.
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Edward Luce

Durante la campaña de 2020, Joe Biden apenas mencionó a Rusia como rival geopolítico de EEUU. China acaparó toda la atención. En la cumbre de Ginebra con su homólogo ruso, en junio de 2021, el presidente estadounidense se esforzó en inflar el ego de Putin, incluso llegando a calificar a Rusia de gran potencia.

Unas semanas más tarde, Biden retiró las fuerzas estadounidenses que quedaban en Afganistán, en una debacle que amenazó con definir su Presidencia.

“La historia ofrece pocas lecciones para Estados Unidos y sus aliados en el gran juego de poder actual”.

En retrospectiva, está claro que los dos acontecimientos, aparentemente sin relación entre sí —la actitud positiva de Biden hacia Rusia y su retirada de Afganistán— reforzaron la decisión de Putin de invadir Ucrania. En opinión de Putin, era improbable que el Occidente reaccionara de forma más decisiva a su planeada anexión de Ucrania de lo que lo había hecho en el caso de Crimea en 2014.

Estos malentendidos han caracterizado la geopolítica a lo largo de los siglos. Dieciséis meses desde el comienzo de la “operación militar especial” de Rusia, el mundo corre un mayor riesgo de conflicto entre grandes potencias que desde los momentos más peligrosos de la Guerra Fría.

Hablar de revivir el orden internacional liberal —un estado de ser global que nunca llegó a ser lo que sus nostálgicos partidarios claman que fue— suena cada vez más quijotesco. El mundo se está adentrando en un nuevo tipo de rivalidad entre grandes potencias. Pero las comparaciones con su precursora del siglo XIX son, en el mejor de los casos, engañosas. Aquel largo período de la llamada Pax Britannica terminó en la tragedia de la Primera Guerra Mundial. El mundo actual no puede permitirse un conflicto directo entre EEUU y China, sus dos gigantes rivales.

El reto al que se enfrentan EEUU y sus aliados occidentales tiene tres elementos.

El primero es mantener la unidad occidental contra Putin. Las elecciones estadounidenses del año que viene pondrán esto de relieve. Rara vez una elección presidencial estadounidense ha tenido posibles resultados tan divergentes para el estado del mundo. Si Biden fuera reelegido, el mundo pudiera anticipar cierta continuidad en la política exterior estadounidense hasta 2028. Si Donald Trump, el probable candidato republicano, volviera al poder en 2025, pudiera destruir la unidad occidental.

Trump ha prometido poner fin a la guerra en Ucrania dentro de las 24 horas posteriores a su toma de posesión. Esa perspectiva, y sólo eso, es motivación suficiente para que Putin mantenga su guerra contra Ucrania durante los próximos 18 meses con la esperanza de que Trump acuda a su rescate.

El segundo reto para Occidente consiste en forjar un frente común frente a China sin que se convierta en una confrontación directa. A diferencia de la guerra en Ucrania, la cual con el tiempo debe llegar a algún tipo de complicada conclusión, la rivalidad entre EEUU y China es un proyecto sin fin. Para los propósitos de los planificadores estratégicos, no ofrece una conclusión natural.

Aquí es donde la historia deja de ofrecer mucha orientación. Salvo que se produzca un apocalipsis, no existe ningún escenario en el que EEUU o China se convierta en la única superpotencia mundial.

Esto supone un nuevo reto para un Occidente acostumbrado a los conflictos maniqueos que resultan en la victoria de uno u otro bando; requerirá una paciencia y una habilidad estratégicas inusuales. Parafraseando al antiguo líder supremo de China, Deng Xiaoping, el Occidente tendrá que cruzar el río palpando las piedras, con la diferencia de que la otra orilla del río nunca será del todo visible.

Este año, el Presidente Xi Jinping acusó a EEUU de intentar “reprimir, contener y cercar” a China. Biden insiste en que su objetivo sigue siendo cooperar con Beijing cuando sea posible, competir cuando sea necesario y enfrentarse si no queda más remedio.

Gestionar la amenaza china representa un gigantesco reto. Es evidente que una victoria de Trump el año que viene pudiera desbaratar los complicados ‘malabarismos’ entre EEUU y China.

El tercer reto del Occidente es encontrar soluciones a las amenazas existenciales a las que se enfrenta la humanidad, empezando por el calentamiento global. Incluso sin la venganza de la geopolítica, se trataría de una empinada cuesta arriba. Pero la guerra en Ucrania y la creciente tensión con China lo han complicado mucho más.

El sur global es una zona clave de competencia por la influencia entre EEUU y China. También es la principal víctima de las consecuencias de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia. La inflación de los precios de la energía y de los alimentos provocada por la guerra, y las subsiguientes sanciones impuestas a Rusia por el Occidente, se han combinado con el aumento de las tasas de interés estadounidenses para llevar al sur global al borde de una nueva crisis de deuda.

En conjunto, estos retos pueden parecer insuperables. Pero a Occidente le puede ir bien haciendo el bien. Cuanto más alivio pueda ofrecerle al sur global —en forma de financiamiento de energía ecológica, alivio de la deuda y resistencia a las pandemias—, mejor le irá al Occidente en el frente geopolítico.

El llamado ‘nuevo gran juego’ con China es una competición de suma cero. La mejor manera de limitar el alcance de China es que Occidente ofrezca soluciones a los crecientes problemas a los que se enfrenta el resto del mundo. En teoría, el camino a elegir parece obvio. En la práctica, ¿es Occidente capaz de seguirlo?

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