Afirmar que solo los países que han implementado una política industrial (PI) han alcanzado el desarrollo, es incorrecto. Recientemente un grupo de académicos de izquierda en su libro “El Otro Modelo”, reflotó la “necesidad” de que Chile adopte una versión “moderna” de la otrora PI, señalando que ningún país en el mundo ha logrado el desarrollo sin implementarla.
Una PI es una intervención del gobierno que busca cambiar la estructura productiva hacia sectores que, se espera, ofrezcan mejores perspectivas de crecimiento económico o bienestar social. Para el especialista en desarrollo económico William Easterly, la pregunta correcta que debe hacerse, es: cuál es la probabilidad de que un país que adopta una política industrial sea exitoso y mantenga un crecimiento económico elevado y sostenido en el tiempo.
Con frecuencia, para buscar evidencia de estas políticas se recurre a Asia del Este, donde por tres décadas hubo altas tasas de crecimiento económico y productividad, alcanzando el desarrollo. Sin embargo, el manejo de estos países fue diverso: desde el laissez faire en Hong Kong hasta políticas selectivas como en Japón y Corea; y el debate sobre la relación causa-efecto de la PI en su desarrollo está lejos del consenso entre distintos expertos y el mundo académico. Estudios de Noland y Pack nos muestran cómo sectores apoyados con políticas selectivas en Japón, experimentaron un menor crecimiento que los que no recibieron apoyo durante igual período.
En Chile, durante el gobierno anterior se implementó una PI selectiva, definiendo ex ante cinco clusters: Acuícola, Alimentario, Servicios Globales, Minero y Turismo de Intereses Especiales. Durante la actual administración, se decidió que todos los clusters tienen el mismo derecho a participar de los programas gubernamentales, en la medida en que se advierta potencial de crecimiento y fallas de mercado que resolver.
Hay consenso entre actores de ambos sectores políticos que participaron directamente en la implementación de la PI, en que la selección de clusters fue poco reveladora y novedosa respecto de los rubros elegidos y sus ventajas comparativas; tímida en sus apuestas; y frágil y redundante en su institucionalidad. A esto se suma lo indicado por la OCDE en su último informe sobre PI, que dice que la evidencia sobre los resultados es poco clara en la relación causa-efecto, y, por lo tanto, hace necesario avanzar en un mejor monitoreo y evaluación en el futuro.
La ansiedad de muchos gobiernos de países que hoy viven crisis económicas con altas tasas de desempleo, los ha llevado a recurrir a una versión “moderna” de la PI que no les asegura éxito alguno, pero envía una señal de acción estatal. Sin embargo, y por más “ladrillos” que se quieran quebrar, los ingredientes de la receta para mejorar la productividad y alcanzar el desarrollo siguen más vigentes que nunca: una política macroeconómica y fiscal responsable y focalizada; altos niveles de ahorro e inversión; promoción del emprendimiento y la innovación; y mejoramiento del capital humano básico y avanzado. Todos factores que han experimentado importantes avances durante este gobierno.