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Columnistas

El momento del empresariado

KAREN THAL Presidenta de Cadem

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 9 de mayo de 2025 a las 04:02 hrs.

Una parte creciente de la ciudadanía ha perdido la paciencia con los procesos, las instituciones y la democracia. Exige resultados inmediatos, certezas. No quiere más explicaciones, quiere eficacia. Si hay que saltarse las reglas para lograrlo, bueno, que así sea. Las encuestas lo muestran con nitidez: crece la disposición a justificar cualquier medida si promete orden y seguridad. Dos datos elocuentes: según Cadem, 46% de los chilenos quisiera que el próximo Presidente tenga el estilo de Bukele y la reciente encuesta CEP nos señala que solo 44% cree que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, el punto más bajo desde 2017.

No estamos solos en esta tensión entre inmediatez y proceso, entre fuerza e instituciones, esta tensión atraviesa hoy a muchas democracias. Inseguridad, fragmentación, desconfianza. Lo que vemos en Chile es parte de un fenómeno más amplio. The Economist lo llamó “la era Trump”.

“No se trata de que el mundo empresarial se dedique a la política, sino que desde lo político se abran espacios a lo propio del sector privado: la creatividad, la inversión y el trabajo que generan el crecimiento y la prosperidad”.

Pero aún existe una parte del país -cada vez más solitaria, pero no menos importante- que cree en los cambios logrados, con la política y el diálogo. Que no busca atajos, porque sabe que no existen. Que entiende que el verdadero progreso no se logra con eslogan ni decretos.

Y es precisamente en momentos como éste donde los liderazgos cobran sentido. Se abre una oportunidad valiosa para el mundo empresarial, un espacio para fortalecer la relevancia de su rol, en la creación de prosperidad para todos.

La empresa tiene la capacidad de ejecutar con rapidez, de adaptarse, de llegar antes. Pero también sabe que no basta con llegar: hay que llegar bien. Tiene la urgencia, pero también el método. Y eso hoy vale oro, porque sintoniza con ambos mundos: con quienes exigen resultados y con quienes no quieren renunciar a las reglas del juego.

No se trata de que el mundo empresarial se dedique a la política, sino que desde lo político se abran los espacios a lo propio del sector privado: la creatividad, la inversión y el trabajo que generan, en otras palabras el crecimiento y la prosperidad.

Pensemos en los bienes públicos: educación, salud, pensiones, infraestructura. Todos requieren más y mejor colaboración público-privada. Ya lo hicimos en la pandemia, cuando el plan de vacunación funcionó precisamente por eso: por la alianza virtuosa entre lo público y lo privado. Porque tenemos una capacidad concreta: la de ofrecer soluciones, respetando los procesos.

Por eso, este puede ser el momento del empresariado. Y sería bueno que lo fuera. Porque supondría dejar atrás el temor al juicio o la caricatura, y atreverse a decir que sí, que desde la empresa también se puede construir país.

No se trata de reemplazar al Estado. Se trata de complementarlo con visión, con velocidad, con seriedad.

No soy de certezas absolutas, pero sí de convicciones: este no es un tiempo para la indiferencia. Es un tiempo para creer -con hechos- que desde la empresa también se puede aportar a un país más estable, más próspero y más justo.

Tenemos experiencia, capacidad de gestión, y recursos. Sigamos usándolos al servicio del país, antes de que se imponga la lógica del “todo vale”.

Porque si eso ocurre, perdemos todos.

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