El Papa en La Araucanía
Álvaro Cruzat O. Director USEC
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En 1987 y durante una semana, San Juan Pablo II recorrió Chile en su viaje apostólico. Uno de los hitos importantes de su estadía fue el encuentro en Temuco con cientos de familias de agricultores y campesinos, muchos de ellos de origen mapuche. A estos últimos los alentó a conservar con orgullo la cultura de su pueblo, contenida en tradiciones, costumbres e idioma, que constituyen “valores característicos dentro de la nación chilena” y, además, los llamó a ser “conscientes, sobre todo, del gran tesoro que, por la gracia de Dios, habéis recibido: vuestra fe católica”. Pero también, en su Homilía, ofreció un mensaje que hoy aparece muy actual: “Por otra parte, no os dejéis seducir por quienes os ofrecen soluciones tentadoras e ilusorias a vuestros problemas, como son las del odio y la violencia”.
Han pasado 30 años y otro Papa viene a Chile. Es una visita más corta, sin embargo nuevamente decide visitar La Araucanía. ¿Por qué? No es una pregunta retórica. Es una pregunta genuina que muchos chilenos debiéramos hacernos. Es una pregunta pertinente no sólo para los que viven allá, sino para todos los que, sin hacerlo, participamos de alguna forma de su realidad, siguiendo desde lejos, como testigos, lo que ocurre, bajo el titular del denominado “conflicto mapuche”. Sólo esto último ya es una buena razón para su visita a la zona. Porque el Papa puede apuntar y mostrarnos nuestras heridas con misericordia; porque sabe que la Iglesia puede ayudar a superar este conflicto y porque quiere decirnos a todos los chilenos, desde Temuco, que se trata de un problema país que no tenemos derecho a perpetuarlo.
Es cierto que muchas familias de la región de La Araucanía, particularmente en algunas zonas rurales, y a pesar del evidente progreso ocurrido en las últimas décadas, siguen viviendo con carencias y urgentes necesidades; con una infraestructura pública atrasada y con pocas oportunidades, ni acceso a empleos de calidad. Pero a todos estos desafíos, se ha venido a sumar un clima de creciente incertidumbre, recrudecimiento de la violencia y una sensación de pesimismo que afecta el presente y futuro de la zona.
Las raíces profundas de lo que ocurre en el sur escapan al alcance de cualquier columna de opinión pero, aun así, podemos señalar que, roto el clima de convivencia en algunas zonas de la región, es evidente que uno de los primeros objetivos debe ser imponer el orden, dar cumplimiento al Estado de Derecho y buscar la preservación de la paz; hay que aislar y desactivar a los grupos violentos que alimentan el odio y el conflicto, imposibilitando el diálogo. Por otra parte, el Estado debe diseñar e implementar políticas públicas que promuevan la prosperidad, el bienestar y el encuentro de todos los chilenos, mapuches y no mapuches, que habitan en la región. El Estado deberá enfrentar su tarea con una mirada renovada. Será necesario revisar la actual ley indígena, incluida su política de compra y reparto de tierra.
¿Y qué rol juega el mundo de la empresa en este desafío? Una dimensión, aunque no la única, es lograr un mayor bienestar y progreso para todos los habitantes de la región. Sabemos que ese objetivo no es tarea exclusiva ni primordial del Estado, sino del sector privado, porque en el trabajo del día a día se construyen relaciones de confianza, además de incentivar las inversiones y desplegar, con toda su fuerza, el espíritu emprendedor. Sólo así, y como consecuencia de esto, existirán más y mejores empleos, posibilitando y facilitando la integración de los habitantes de la región a través de un verdadero progreso económico y social.
La visita del Papa a La Araucanía servirá para recordar que el odio y la violencia son tentaciones e ilusiones, y que el trabajo es una vía no sólo para el progreso material y social, sino que también para la construcción de vínculos de confianza que se traduzcan en paz social y un genuino encuentro.