Entre Bruselas y Washington: por qué el país debiera mirar el modelo estadounidense de IA
MATÍAS ARÁNGUIZ SEBASTIÁN DUEÑAS Programa de Derecho, Ciencia y Tecnología UC
La discusión sobre cómo regular la inteligencia artificial suele plantearse como una disyuntiva moral: más reglas para proteger derechos, o más libertad para innovar. Europa ha optado por lo primero, Estados Unidos, recientemente, por lo segundo. En América Latina y, particularmente, en Chile, la tentación natural ha sido mirar hacia Bruselas. Sin embargo, si el objetivo es no quedar estructuralmente rezagados, esa opción merece ser revisada con mayor realismo.
El modelo estadounidense parte del supuesto incómodo de que la inteligencia artificial avanza hoy a una velocidad y con un nivel de complejidad que desborda nuestras categorías regulatorias tradicionales.
“Para Chile la distinción es crucial. No vamos a ser un polo central de desarrollo de IA. Nuestra ventaja comparativa no está en inventar algoritmos revolucionarios, sino en implementar rápido y bien los que ya existen”.
Los sistemas actuales, especialmente los modelos de frontera, no solo son cada vez más potentes, sino también más opacos, menos explicables y más difíciles de auditar incluso para sus propios desarrolladores. En ese contexto, pretender un control ex ante exhaustivo, basado en clasificaciones rígidas de riesgo o en evaluaciones éticas estandarizadas, ofrece una sensación de seguridad… frágil.
Las categorías de sesgo, discriminación o ética algorítmica, bastante manoseadas en una etapa temprana del debate, hoy resultan crecientemente insuficientes. No porque esos problemas hayan desaparecido, sino porque los sistemas actuales no se comportan como simples herramientas que reflejan decisiones humanas lineales. Son infraestructuras complejas, adaptativas, entrenadas sobre volúmenes de datos que hacen inviable una supervisión detallada caso a caso. Pongamos el ejemplo de Claude Code o Antigravity, sería difícil y profundamente equivocado limitar su funcionamiento a dichas categorías. Regular como si estuviéramos frente a software tradicional es regular odres viejos.
Estados Unidos ha optado por asumir esa incertidumbre como un dato estructural y no como una anomalía que deba eliminarse. Su enfoque privilegia la adopción rápida, la experimentación, el despliegue en sectores estratégicos y la corrección ex post cuando existen daños concretos (concepto que va en desuso). Es una regulación que se basa en responsabilidad, estándares técnicos dinámicos y capacidades estatales de uso y no en prohibiciones preventivas con supuestos de daño.
Para Chile, esta distinción es crucial. No vamos a ser un polo central de desarrollo de inteligencia artificial. No vamos a crear modelos que cambien el rumbo de la tecnología global. Persistir en esa ficción solo retrasa decisiones urgentes. Nuestra ventaja comparativa no está en inventar algoritmos revolucionarios, sino en implementar rápido y bien los que ya existen.
Eso implica usar inteligencia artificial para mejorar la eficiencia del Estado, fortalecer la seguridad y la defensa, aumentar la competitividad del comercio, acelerar la investigación aplicada y modernizar servicios públicos críticos. Cada año de retraso es una pérdida de productividad, de capacidades estratégicas y de relevancia internacional.
El modelo estadounidense, en un mundo de alta incertidumbre tecnológica, permite reducir riesgos y costos, y eliminar trabas que no protegen realmente a los individuos. En Chile, el verdadero dilema no es entre ética y eficiencia, sino entre adopción tecnológica o progresiva irrelevancia.
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