No todo lo que molesta al wokismo es oro
Las propuestas de JAK para enfrentar la crisis de natalidad han sido objeto de críticas, a las que se ha respondido con vehemencia. ¿Por qué atacar a quien aborda un tema crucial? El intercambio es interesante y va más allá del contexto electoral.
Para empezar, está el asunto sobre la cancelación a JAK como interlocutor válido en el debate sobre natalidad y feminismos, donde algunos, como siempre, se atribuyen superioridad moral. Que Kast sea hombre, blanco, heterosexual y católico, ¿lo inhabilita para participar del debate? A estas alturas, es claro que para algunos en la izquierda y la academia que le es afín, la respuesta es afirmativa y ello es, francamente, inaceptable. Pero la discusión devela algo más. Parte importante de la ciudadanía, hastiada justamente de la frívola e inconsistente altanería moral del progresismo criollo, parece sentirse conminada a apoyar o, al menos, a no cuestionar las propuestas de políticas públicas que molesten al wokismo, con prescindencia de su mérito real. El bono hijo es un ejemplo de aquello.
“Parte de la ciudadanía, hastiada justamente de la altanería moral del progresismo criollo, parece sentirse conminada a apoyar o no cuestionar propuestas de políticas públicas que molesten al wokismo, con prescindencia de su mérito real”.
La experiencia extranjera muestra que el bono incrementa la tasa de nacimientos de manera muy modesta, fallando además en focalizar el gasto que conlleva. En el caso de Corea del Sur por ejemplo, se ha estimado que más de 74% de los fondos del programa se destinan a gastos asociados a “nacimientos infra-marginales” (aquellos que habrían ocurrido aun sin el bono). El aumento del gasto fiscal, en cambio, es sustantivo y peor aún, creciente (cuando se evidencia la insuficiencia del bono inicial). La experiencia muestra también que los “natalistas”, unidos al comienzo, se fraccionan indefectiblemente al momento de discutir a quienes beneficiarán. ¿Solo a casados, convivientes, o también a familias monoparentales? ¿A hijos concebidos naturalmente o también a aquellos que lo son con auxilio de distintos tratamientos disponibles? ¿Y qué hay de la maternidad subrogada o de los hijos adoptados?
La división de los natalistas es un problema no solo porque hace inviable implementar las medidas propuestas, sino sobre todo, porque deja al descubierto lo que muchos ya intuyen. En realidad, la propuesta del bono hijo para algunos solo es una forma de promover la familia matrimonial tradicional, lo cual es perfectamente legítimo, pero necesita explicitarse, asumiendo que generará debates relevantes respecto del principio de igualdad ante la ley. Para otros, el bono hijo es una forma de promover el avance del estado social de derechos mediante políticas que promueven un aumento sostenido del gasto fiscal.
A la inversa, el bono hijo, como medida aislada, no es un mecanismo eficaz para revertir el envejecimiento poblacional. Tampoco busca fomentar la inserción laboral femenina, porque fomenta la informalidad y no promueve ni la coparentalidad responsable, ni la responsabilidad social subsidiaria público-privada por el cuidado de menores, enfermos y ancianos (como sí ocurre con la ley de sala cuna o de incentivos tributarios a familias cuidadoras). Es claro: no todo lo que molesta al wokismo es necesariamente meritorio, eficiente, ético o coherente con los principios que sustentan quienes rechazan la política identitaria. Admitirlo es indispensable para salvarse de ser populista, y también de parecerlo.