Ganancias de centroamericanos en Estados Unidos: una nueva arma política
Jude Webber
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Jude Webber
Hoy, la casa de Augusta Godínez Pérez, pintada de blanco, tiene ocho habitaciones; un patio delantero lleno de flores; un televisor gigante de pantalla plana; una bañera ovalada; y una cocina con un refrigerador nuevo, gracias a dos hijos cuyas ganancias de trabajos de construcción en EEUU pagaron por todo.
Las “casas de remesas” que salpican las laderas de Cuilco, en las tierras altas de Guatemala, son fáciles de detectar: la mayoría de los hogares en esta área rural, donde la gente se gana la vida cultivando maíz y frijoles, son de grises bloques con techos de hojalata; pero las pagadas con dólares estadounidenses de los migrantes son mansiones pintadas en tonos de verde, naranja, azul y amarillo, con arcos, ventanales y balcones.
Las remesas se han convertido en una parte importante de la economía de Centroamérica. En las naciones del Triángulo Norte — Guatemala, Honduras y El Salvador —el 15% del producto interno bruto (PIB) provino de las remesas familiares en 2018, según cifras del Banco Mundial. Seynabou Sakho, directora del banco para Centroamérica, dice que las remesas a la región “han alimentado el consumo interno, lo cual ha sido un enorme componente del crecimiento económico”.
Pero a medida que aumentan las tensiones políticas entre los países centroamericanos y EEUU, los flujos de efectivo se están viendo atrapados en la línea de fuego. El Presidente Donald Trump ha comenzado a utilizar las remesas como un arma política. En julio, amenazó a Guatemala con que, a menos que aceptara actuar como un ‘tercer país seguro’ para los refugiados, leimpondría impuestos sobre el dinero que sus ciudadanos en EE.UU. envían a sus hogares. Y la represión de. Trump contra los migrantes en EEUU ha afectado los bolsillos de sus familias.
Carlos Mauricio, un taxista en El Salvador, explica que su hija en EE.UU. ya no se atreve a ir a trabajar por miedo a las redadas de inmigración. Su hijo, que estableció un negocio de transporte por camiones en el país del norte, “ha hecho lo imposible para pasar desapercibido”. Pero, mientras que antes solía enviar a casa US$ 250 al mes —una cuarta parte de su salario—, ahora sólo envía entre US$ 100 y US$ 150.
Carlos (61) y su esposa —que están criando al niño de cinco años de su hija— han abandonado su sueño de construir un segundo piso en su hogar en la capital, San Salvador. También tuvieron que deshacerse del ‘lujo’ de comer pollo frito en Pollo Campero, una reconocida cadena centroamericana.
La precariedad del mercado laboral en Centroamérica significa que un sinnúmero de personas siente que cuentan con pocas opciones excepto viajar hacia el norte para encontrar empleo. Bajo la presión de EE.UU., México ha tomado enérgicas medidas contra los flujos de migrantes, y está tratando de proporcionar alternativas para el flujo de personas que se dirigen al norte.
Aunque el propio México depende, en gran medida, de las remesas —el año pasado se envió una cantidad récord de US$35.7 mil millones, un 11% más que en 2017—, está encabezando los esfuerzos regionales para crear empleos. El Presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, está financiando la implementación de dos programas: el aprendizaje remunerado y la plantación de árboles.
“No se puede reducir la migración a cero de la noche a la mañana, pero definitivamente se puede hacer una diferencia significativa a corto plazo si se invierte en los lugares de donde parten estas personas, particularmente en las zonas rurales”, afirma Julio Berdegué, de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. ”Necesitamos invertir en estas personas”, agrega.
Sin embargo, tales estrategias parecen estar a un mundo de distancia de Cuilco. Allí, Abigail Pérez Méndez, un trabajador que está terminando una casa de remesas por un pago diario de 50 quetzales (US$6.50), asegura que su trabajo es “construir una casa hermosa para que otras personas se decidan a ir a Estados Unidos para mantener a sus familias y crear empleos de obras de construcción de vuelta en Guatemala”.
Para la señora Godínez Pérez, su casa de un millón de quetzales (US$ 130.000) es un símbolo de estatus. “Esta casa tan hermosa me hace sentir orgullo de que mis hijos estén allá. Todos querrían eso”, afirma.