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¿Integración o desintegración de los impuestos?

Juan Manuel Baraona Socio de Baraona Fischer & Cia

Por: Juan Manuel Baraona | Publicado: Jueves 18 de abril de 2019 a las 04:00 hrs.
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Juan Manuel Baraona

“No a la integración” se ha sumado al debate tributario. Es indispensable precisar qué se entiende por tal rechazo, ya que en la forma en que está planteado no resulta claro. La sola negativa no puede servir para definir una propuesta política.

Dicho lo anterior, una forma de entender la objeción es simplemente como un rechazo a la iniciativa de La Moneda, con lo que la Ley de la Renta quedaría como está.

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No me parece que esta sea la idea, ya que hay consenso en que la convivencia de los dos sistemas de general aplicación vigentes —el atribuido y el semi integrado— simplemente no funciona. Por lo que dice relación con las empresas sujetas al sistema atribuido, se plantea el problema de un desincentivo a la inversión financiada con recursos propios, al obligar a sus propietarios a tributar sobre el total de sus utilidades.

Se ha observado en lo que va de su aplicación la sorpresa de que, en muchos casos, la tasa de impuestos sobre las rentas percibidas por estos sube a niveles que no se habían pensado. Así, por ejemplo, con una tasa marginal de Global Complementario para el empresario de 35%, y un nivel de inversión equivalente al 20% de la base tributaria, el impuesto llega a una tasa cercana al 44%. Si el esfuerzo inversionista se mantiene, también la tributación. El régimen semi-integrado establece un diferencial de tasas con el anterior, difiere en la base tributaria de los propietarios y discrimina a la inversión local en relación con la extranjera. Y para terminar, la convivencia de ambos en estructuras empresariales mixtas es un caos.

Tampoco se trata de resucitar el régimen atribuido que, como único, establecía la reforma de 2014, que correspondía en lo sustancial al existente hasta 1984, el que abortó a medio camino durante la tramitación parlamentaria ante el convencimiento de su inviabilidad por parte del gobierno y la oposición de entonces.

Otra alternativa consiste en que el rechazo es a la integración total, manteniendo el sistema semi integrado para las rentas de todas las empresas, chicas, medianas y grandes, y para sus propietarios, independientemente de sus niveles de ingresos. No es una iniciativa muy progresista, pues los más grandes ya están ahí, e incorpora a los más chicos con el consecuente incremento de su tributación.

Finalmente, un parlamentario defendió el rechazo a la integración proponiendo virar el sistema hacia un régimen de tributación desintegrado. Ello significa que los impuestos de la empresa y de los propietarios son independientes unos de los otros.

Sin embargo, hay que tener mucho cuidado, pues implica una cirugía mayor al sistema —digamos que al cerebro y al corazón al mismo tiempo—. Con una tasa de tributación en la empresa de un 27%, habría que diseñar un impuesto final especial a las distribuciones de utilidades mucho más bajo que el Global Complementario, para hacerlo similar a otros países de régimen desintegrado y a otras rentas en el país. Habría que definir si este tributo debería ser progresivo o no, dependiendo del nivel de ingresos de los titulares finales.

O hacerse cargo de la equidad vertical de este tipo de actividad trasladando el ajuste a alguna forma de progresividad en la tributación de las empresas, lo que no es fácil en absoluto. Lo señalado, sin perjuicio de que tal iniciativa quiebra de raíz la gran ventaja de la integración, cual es equiparar la carga tributaria entre las rentas del trabajo y del capital.

¿No estaremos abriendo una Caja de Pandora?

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