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Jorge Sahd

ONU QEPD

JORGE SAHD K. Director Centro de Estudios Internacionales UC

Por: Jorge Sahd

Publicado: Miércoles 8 de octubre de 2025 a las 04:03 hrs.

Jorge Sahd

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Siempre es más fácil destruir que construir. Y esta columna podría dedicarse a dinamitar a las Naciones Unidas dada su pérdida de relevancia actual. Es sabido que su burocracia es asfixiante o que su falta de diversidad política es mirada con desconfianza por amplios sectores. Pero la respuesta no puede ser desconectar al paciente que está en la UTI.

El camino es la reforma. Lo primero es quién debe liderar esos esfuerzos y la respuesta parece obvia: la propia organización. Sucesivos secretarios generales han prometido una ONU más eficiente, con programas racionalizados, mayor transparencia en la contratación y menos espacios para programas y agencias innecesarias. Pero cuando llega la hora de gobernar, se impone la política del “no quebrar huevos” y las promesas se diluyen. El próximo secretario general debe tener el coraje para desafiar inercias y asumir los costos, si quiere que las reformas no queden en meros anuncios.

“Tarde o temprano, las potencias deberán decidir si quieren mantener viva a la ONU o dejarla morir. Sabotearla puede parecer más fácil, pero es una apuesta irresponsable. Reformar es difícil, pero es el camino”.

Pero la reforma requiere un actor más importante: las potencias. El Consejo de Seguridad está paralizado hace años, atrapado en una composición anacrónica y en vetos que responden más a cálculos de poder que al bien común. La imagen surrealista del Consejo discutiendo “propuestas de paz” mientras Rusia invadía a Ucrania en 2022 es un retrato de la decadencia. Lo mismo ha ocurrido con los estériles llamados del secretario Guterres frente a la masacre de civiles en Gaza, bloqueados por la incapacidad –o la falta de voluntad– de las potencias para defender el derecho internacional. Al final del día, los organismos internacionales son exactamente lo que sus miembros (especialmente, las potencias) quieren que sean.

La ONU fue creada para evitar que se repitiera la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Y cumplió. Durante décadas ha desactivado conflictos, negociado tratados de paz, asistido a países en desarrollo y promovido los derechos humanos. Si el planeta ha vivido uno de los períodos más pacíficos de su historia reciente, es en gran medida gracias al sistema internacional y a la globalización económica, que han actuado como diques de contención frente a los conflictos. La Carta de las Naciones Unidas ha sido el instrumento fundamental para consagrar principios como la soberanía de los Estados y la prohibición del uso de la fuerza en relaciones internacionales.

En esta era de legitimación del uso de la fuerza sobre la diplomacia y un proteccionismo que viola las reglas comerciales, la tentación de tirar por la borda el sistema internacional es alta. Un escenario de esa naturaleza conduciría inevitablemente al desorden y caos; aunque algunos piensen que lo más efectivo, rápido y flexible es un orden internacional basado en la fuerza.

Para Chile, el debilitamiento del derecho internacional y de los organismos internacionales es una pésima noticia, porque justamente el vilipendiado sistema multilateral es el que ha permitido al país ganarse un espacio en el mundo y profundizar su vocación de apertura económica iniciada en los años ´80. 

Tarde o temprano, las potencias deberán decidir si quieren mantener viva a la ONU o dejarla morir. Sabotearla puede parecer más fácil, pero es una apuesta irresponsable. Reformar es difícil, pero es el camino. Permitir que la ONU muera en la UTI no solo comprometería la seguridad y la prosperidad global: sería un error estratégico para un país mediano como Chile.

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