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Jorge Sahd

Venezuela y su día después

JORGE SAHD K. Director Centro de Estudios Internacionales UC

Por: Jorge Sahd

Publicado: Miércoles 10 de diciembre de 2025 a las 04:04 hrs.

Jorge Sahd

Jorge Sahd

La caída de Nicolás Maduro es inminente. Trump sabe que el camino bélico es complejo, por el rechazo mayoritario de su electorado a conflictos bélicos prolongados, las eventuales bajas militares y el impacto económico para un sector clave como el turismo. Sin embargo, hay un tema más complejo: el día después. Sin una transición ordenada y un acuerdo de gobernabilidad, la caída de Maduro puede transformarse en un caos interno y dar pie a una nueva ola migratoria irresistible para la región y EEUU. Quizás es justamente el plan post-Maduro el asunto más delicado.

El chavismo no es solo un proyecto político; es una estructura profundamente enquistada en el Gobierno, Congreso y Poder Judicial, con ramificaciones en las Fuerzas Armadas, en la burocracia y en los flujos ilícitos que sostienen su financiamiento. Tras más de dos décadas en el poder, ha degradado instituciones, normalizado prácticas dictatoriales y dejado cicatrices profundas en la sociedad. Venezuela enfrenta, además, un componente moral no menor: millones de ciudadanos que crecieron bajo un sistema donde la ley se volvió relativa y la violencia cotidiana.

“Los acuerdos de gobernabilidad no pueden improvisarse. La unidad opositora debe mantenerse firme y responsable, bajo el eje Machado–González. Del mismo modo, la justicia transicional con las FFAA será clave”.

Por eso, el día después exige acuerdos de gobernabilidad que no pueden improvisarse. Primero, la unidad opositora debe mantenerse firme y responsable, bajo el eje María Corina Machado – Edmundo González. Del mismo modo, la justicia transicional con las FFAA será clave: cómo asegurar garantías para quienes colaboren con la reconstrucción democrática, pero sin renunciar a las responsabilidades por abusos y delitos. La oposición tiene la esperanza, pero el chavismo las armas.

Otro elemento será desactivar los flujos ilícitos del narcotráfico y otras economías criminales que hoy penetran el territorio venezolano. Sin cortar estas fuentes de poder, cualquier transición será frágil y vulnerable al sabotaje. A ello se suma un punto incómodo pero inevitable: parte del chavismo deberá sentarse en la mesa. La exclusión total solo empujaría a grupos radicalizados a desestabilizar el proceso.

La vigilancia de la comunidad internacional también será esencial. La presión militar de Trump y la reciente elección de María Corina Machado han creado un momentum sin precedentes. Si Maduro cae, el gran artífice será la administración de Trump y buscará evitar que el vacío de poder sea aprovechado por actores adversarios -incluyendo redes criminales transnacionales y potencias extrarregionales- y exigirá acuerdos mínimos de gobernabilidad. La región deberá leer con atención este proceso, que puede dejar offside a la izquierda latinoamericana no democrática.

Los temas por negociar serán múltiples: el calendario electoral, la progresiva “limpieza institucional”, la recuperación económica y social, y una reconstrucción moral que dé sentido de un país que ha visto emigrar a más de ocho millones de personas. La transición venezolana no será lineal; será gradual, tensa y llena de dilemas.

Una mala transición puede abrir escenarios dramáticos: caos interno, control territorial por pandillas, o una nueva ola migratoria similar a la de 2017, con efectos directos sobre la estabilidad regional. Por el contrario, un proceso responsable y pactado podría sentar las bases de la reinserción en América Latina. El día después de Maduro no resolverá, por sí solo, la tragedia venezolana. Pero será la oportunidad para que el país recupere instituciones, convivencia y esperanza. La región no puede darse el lujo de que ese momento llegue sin preparación.

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