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La fuerza del cariño

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La seguidilla de encuestas conocidas durante la primera quincena de enero coincide en constatar que aprobación y desaprobación presidencial están casi al mismo nivel de la balanza. El presidente Piñera ostenta un 44% de adhesión, al límite de su votación dura, pero lo llamativo es el índice de rechazo, casi similar, habida cuenta de que media el exitoso rescate minero. Esta situación resulta paradójica en el caso de un Presidente que, de acuerdo a la tipología de Barber, se acercaría al perfil activo-positivo, es decir, que inyecta un alto grado de energía a su gestión y cuyas acciones parecen dejarlo, en general, satisfecho.

En medio del debate acerca de las encuestas y sus implicancias, han ido cobrando un rol protagónico los llamados atributos blandos, aquellos que hablan de confianza, credibilidad y honestidad y que constituyen una piedra en el zapato para el propio Presidente. En el pasado, se los ha mirado con cierto desdén, reduciéndolos a un asunto de cariño. Si revisamos la estructura de las encuestas previas a Bachelet, nunca antes se les había dado tanta importancia. De alguna forma, lo que ella representó en términos de habilidades interpersonales y emocionales las desafió, no bastando la pregunta por las dimensiones tradicionales del liderazgo, traducidas en gestión, o bien firmeza o debilidad frente a las presiones. El reciente cambio de gabinete, con la incorporación de los ex senadores Matthei y Allamand, le inyectará algo del tonelaje político faltante y podrá limitar parcialmente la impronta personalista del primer mandatario. Sin embargo, no se observa por ninguna parte cómo podría inocular dichos atributos a la gestión presidencial. Para aquellos que creían que el género había dejado de ser tema, se repone implícitamente el debate sobre el estilo de liderazgo y las posibles diferencias entre hombres y mujeres. Piñera, por un lado, con un desempeño más competitivo y no emocional. Bachelet, por otro, con un estilo que ella reivindicó como femenino, de corte comprensivo, empático y cooperativo. Golborne pudiera dar una sorpresa si logra una convergencia de ambos, tal como plantea la teoría de la androginia. Sensibilidad e intuición, por un lado y, por otro, asertividad y control emocional.

Aunque la mayoría asocia el mandato de Bachelet con la protección social o la igualdad de género, existe una tercera faceta. Al introducir emoción y sentimientos en la política, les dio a las personas la posibilidad de perdonarle cosas que, en otros, resultarían imperdonables. Incluso, es probable que dichos atributos, de los que ella era portadora, se vieron reforzados por una estrategia comunicacional que privilegió su blindaje. No es algo extraño. Aunque la institución presidencial ofrece oportunidades para realzar la figura de quien la ocupa se ha encontrado que, para el caso de las mujeres presidentas, éstas presentan cierta tendencia a personalizar la política. Como sea, lo concreto es que trajo a la vida política de Chile nuevas dimensiones que vienen constituyendo un dolor de cabeza, no solamente para el actual mandatario sino también para los que vengan, por cuanto constituyen parámetros que configuran, hoy por hoy, la popularidad presidencial.

Dicen los expertos que los liderazgos transformacionales tratan de cambiar a los ciudadanos, sus estados, sus sociedades y las relaciones entre ellos, mediante la defensa y creación de nuevas dimensiones. Bachelet proyectó una combinación de simpatía, autoridad sin pretensiones y previsión ante los riesgos, pero también victimización la que, sin duda, ayuda a reducir las potenciales culpas. Si no, es cosa de leer el estudio Para escapar de la culpa sea una víctima, no un héroe, de los sicólogos Kurt Gray y Daniel Wegner.

La clave de la aparente incombustibilidad de Bachelet en las encuestas pudiera estar en que se acercó bastante a este tipo de liderazgo, introduciendo en la política chilena un talante humanista previamente desconocido.

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