Por varias décadas, nuestro país ha destacado por representar las tres mayores virtudes de una sociedad democrática: la existencia de Instituciones sólidas, el Estado de Derecho y la rendición de cuentas en democracia.
Nuestra evolución como sociedad ha llevado a ciertas redefiniciones y transformaciones, las que para ser alcanzadas y ser exitosas han requerido de acuerdos amplios. En esa línea y a propósito de las pasadas elecciones, la inscripción automática y el voto voluntario son ejemplos que lejos de reflejar una pérdida de legitimidad hablan de la madurez que debemos alcanzar. Es más, me atrevería a decir que el resultado electoral es la manifestación de que la rendición de cuentas y el Estado de Derecho funcionan.
En cuanto a nuestras instituciones, diversos índices globales nos muestran en posiciones destacadas, aunque en la última versión del índice de competitividad global del World Economic Forum de septiembre de 2016 -donde somos el primero en Latinoamérica-, somos segundos en el ítem de instituciones detrás de Uruguay. Y aunque no obtuvimos el primer lugar, la solidez institucional de nuestro país es algo de lo que siempre nos hemos jactado y que repetimos cada vez que tenemos la oportunidad ante cualquier inversionista extranjero.
Aunque parezca redundante, parte de reencontrar al chileno con Chile pasa por resaltar nuestras virtudes. En ese contexto, en el último tiempo hemos sido testigos de ejemplos concretos que hablan de nuestra solidez institucional. Respecto a la política monetaria, el Banco Central debió enfrentar dos años difíciles en materia inflacionaria, donde pese a que los precios crecieron muy por sobre su rango meta, mantuvo una política coherente con la naturaleza de las fluctuaciones del momento, y hoy Rodrigo Vergara está terminando su período en la Presidencia del Banco con una inflación dentro del centro del rango meta. Esto que parece fácil no está exento de costos, ya que se debió hacer frente a las expectativas y comentarios del mercado que sólo contribuían a presionar la labor del Central. Por otro lado, en septiembre pasado, el anuncio del Presupuesto Fiscal con un crecimiento moderado respecto a la expansión de años previos, vino a reafirmar que la responsabilidad fiscal es un lujo que muy pocos países nos jactamos de tener. Esto también pareciera sencillo, pero lo cierto es que nunca es fácil cortar o reasignar compromisos, y mucho menos en años electorales como los que estamos viviendo.
No cabe duda que los ejemplos anteriores no son hechos aislados y que seguirán contribuyendo a nuestro futuro. Por lo pronto, a partir de diciembre, el Banco Central será presidido por un nuevo consejero de gran capacidad profesional, y que si bien se ha destacado en otras áreas no relacionadas a la política monetaria, tiene el respaldo de un organismo colegiado, cuyo Consejo tiene un gran nivel intelectual y técnico, que sumado a su staff seguirán guiando a nuestra economía por una senda de inflación baja y estable.
Si bien gozamos de estabilidad macroeconómica e institucional, los desafíos de crecimiento y bienestar que tenemos son de tal magnitud que estos logros que hemos construido por décadas sólo garantizan condiciones mínimas para mirar con optimismo los retos que hemos señalado como frenos a la competitividad. Dentro de los principales factores que atentan contra el clima de negocios, los mismos chilenos han manifestado la necesidad de mejorar la eficiencia del Estado, las regulaciones al trabajo y en materia tributaria, junto con la necesidad de un trabajo capacitado, por mencionar los principales.
Para finalizar, me pregunto si no sería conveniente que estas instituciones públicas y sus autoridades hicieran un esfuerzo por considerar algunas de estas inquietudes y contribuir no sólo con la honorabilidad y el prestigio, sino que también con acciones concretas que apuntalen la confianza de los agentes privados. Cada día cuesta más diferenciarnos del resto del mundo y resaltar nuestras virtudes y aprovecharlas para crecer juntos nunca está de más.