Este Gobierno no claudica en su barbarie. Continuando por el camino de la construcción utópica de un Chile ajeno a la realidad (moldeado por la ideología), la erradicación de la filosofía era un paso obligado: para el manejo de masas, es necesario que las personas dejen de pensar. ¡Y es que eso es la filosofía! En su raíz etimológica, significa literalmente “amor por el conocimiento”; ambos, amor y conocimiento, dos de las expresiones más profundas del alma humana.
Pero lo cierto es que la filosofía había dejado nuestra patria hacía ya mucho tiempo. La verdadera filosofía, aquella que se cuestiona sobre las verdades últimas del hombre y de la vida, no puede ser abolida o implantada por un currículo escolar. Esa filosofía se encarna en la esencia cultural de un pueblo y, en consecuencia, su llegada o egreso de las aulas es sólo accidental.
Para nuestro pesar, pareciera que Chile hace años que se hartó de ella, considerándola un saber inútil para la supervivencia en el mercado laboral. El hombre es mucho más que un amasijo de huesos y carne, o una inteligencia privilegiada, tiene un alma que lo vuelca con pasión hacia el contacto con los demás, hacia la vivencia tan humana de un otro que respira, siente y nos interpela cada día. Y esta interacción recíproca, piedra angular de una sociedad organizada, sólo es posible abordarla mediante una reflexión permanente acerca de nosotros mismos.
¿Qué pensamos de los filósofos? ¿Qué aconsejamos a los jóvenes cuando se aventuran a estudiar filosofía? En palabras de Nuccio Ordine, despreciamos los “saberes inútiles” por el incauto amor a lo útil que nos priva del amor a lo bello. ¡Cuánta ceguera! Ningún oficio puede ejercerse de manera consciente si las competencias técnicas no se subordinan a una formación cultural más amplia, capaz de animar a los alumnos a cultivar su espíritu con autonomía y dar libre curso a su curiositas, fuente y madre de todo progreso económico. El hombre moderno, que ya no tiene tiempo para detenerse en las cosas inútiles, está condenado a convertirse en una máquina sin alma (ibíd.) y es precisamente aquella maquinaria autómata la que es presa fácil para toda clase de totalitarismos.
Demócrito se reía del hombre, que se esforzaba por poseer cada vez más para ser cada vez menos. Hoy, sufriendo el Chile preconizado por Jaime Guzmán (el de “los bolsillos llenos, pero las almas vacías”), yo haría un llamado concreto a recuperar en nuestras familias aquel hermoso saber inútil que es la filosofía.