La nación japonesa
- T+
- T-
El cataclismo del 11 de marzo en las costas del Japón debiera despertar en Chile un profundo sentimiento de apoyo y hermandad en estos momentos de dolor de una nación que tradicionalmente ha sido nuestra amiga.
Geográficamente, ambos países descansan en bordes terrestres continentales casi similares. Ambos están ubicados en el punto de choque de las grandes placas del océano Pacífico cuyos movimientos son los principales causantes de los terremotos y de los subsecuentes maremotos. Sus poblaciones están normalmente en las costas y son ellas las que reciben los efectos más destructores de estas energías. Así, en las costas japonesas de Sengai se encuentran los grandes centros de acuicultura que ahora fueron barridos por estas olas.
Estos lugares, altamente poblados, han tenido que lamentar un enorme número de pérdidas humanas entre muertos y desaparecidos sin que sea posible suponer que algún día puedan ser encontrados. El impacto en las actividades económicas ha sido enorme, aumentada por las fallas en la batería de reactores ubicados en la costa y que están amenazando con contaminar el medio ambiente en forma brutal.
Ante esta tragedia, emerge la voz medida y prudente del Emperador, que saliendo de su tradicional reserva, habló a la Nación diciendo en este mensaje, entre otras ideas, que “el pueblo pueda superar este momento desafortunado cuidándose los unos a los otros” y que además, mantengan “la calma en la tragedia y que no abandonen la esperanza”. Con esto, recupera en todo su valor el sentido de unidad nacional que es la esencia de la figura del Emperador como materialización del espíritu de la Nación, intangible espiritual permanente que caracteriza a los pueblos consolidados en su unidad.
La Nación, concepto poco mencionado hoy en nuestro medio, es real en donde aparece la necesidad de la unidad para resolver los problemas con sentido de hermandad y apoyo mutuo. El Emperador lo que logra con sus palabras es dar un sentido colectivo al dolor, retomando el papel de conductor moral de su Nación, papel que en 1945, MacArthur trató de suprimir, pero que el Emperador Hiroito con su saludo protocolar que le hace al nuevo gobernante, consolida en toda su magnitud. Lo intangible puede que no se mencione pero se encuentra en la esencia del pueblo que mira a lo inmaterial cuando todo se ha perdido; por eso la esperanza.
En 1997 se conmemoraron los 100 años de las relaciones entre Japón y Chile y afines de agosto de ese año, con la presencia del presidente Frei, otras autoridades nacionales, el hijo del Emperador y su esposa y un destacamento integrado por una unidad de formación de la Armada japonesa y un destacamento del Buque Escuela Esmeralda, Chile donó a Japón en la ciudad de Tokio en el parque Irumi ubicado en el borde costero de la bahía, un mástil gigante con la bandera japonesa confeccionada en lino de la Unión. A la solemnidad del acto, en donde chilenos y japoneses cantaron el himno nacional se sumaron dos sellos postales conmemorativos. Representó al monte Fuji y al volcán Osorno por su notable similitud de formas.
La naturaleza nos hermana, el sentimiento de pesar nos acerca y el dolor nos hace comprender mejor a los otros. Recemos por las personas fallecidas.